- Redacción
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- 2007-02-01 00:00:00
Thomas Jefferson, presidente de Estados Unidos entre 1801 y 1809, era un gran aficionado a los vinos de Burdeos. Lo que hace ya más de 200 años nadie podía prever es que esta afición suya ocuparía un buen día la atención de un directivo de un consorcio americano, de varios catedráticos de física y de la casa de subastas e-bay. Una antigua polémica vuelve a estar de actualidad. El comerciante de objetos raros Hardy Rodenstock se enfrenta a un juicio ante los Tribunales de Nueva York por una botella de Lafite de 1787, supuestamente procedente de la bodega de Thomas Jefferson, amante de los vinos de Burdeos. Ese mismo Jefferson que fuera el primer embajador de los Estados Unidos en Francia en vísperas de la Revolución Francesa, y más tarde tercer presidente norteamericano. El adversario de Rodenstock es el multimillonario William Koch, coleccionista de arte y de vinos, ganador de la Copa América en 1992 y presidente del grupo Oxbow, una de las mayores empresas familiares productoras de energía de los Estados Unidos. Koch se ha propuesto que los Tribunales condenen por estafa al alemán Hardy Rodenstock, que descubrió ésta y otras botellas de Jefferson. Especialistas criminólogos han analizado el Lafite 1787 de Koch y han podido comprobar que la inscripción grabada “Th.J.”, marca característica de los vinos de Jefferson, ha sido realizada con un punzón eléctrico. Como estos aparatos no existían en el siglo XVIII, la inscripción tuvo que ser grabada en la botella mucho después. Tal es la conclusión evidente. Para el multimillonario, que guardaba esta vieja botella en su extensa bodega desde hacía décadas, lo más embarazoso fue el modo en que le asaltó la sospecha: cuando un museo de Boston quiso incluirla en una exposición, el concienzudo comisario de la misma echó en falta la prueba de su autenticidad. Rodenstock, por su parte, observa el revuelo desde Munich con absoluta tranquilidad. Ciertamente fue él quien descubrió los vinos de Jefferson en 1985, más de dos docenas de vinos de Burdeos de Château d’Yquem, Branne Mouton, Lafite y Margaux de los años 1784 y 1787, parte de los cuales vendió. Pero William Koch no le compró ninguna botella directamente a él. Además, el asunto seguramente estará prescrito pasados veinte años, de modo que incluso una reclamación de daños y perjuicios sería difícil de ganar. Al fin y al cabo, muchos otros podrían haber manipulado las botellas. Y Rodenstock puede demostrar que, en el caso de las botellas que aún están en su poder, tanto el cristal, el corcho, la inscripción y el contenido datan aproximadamente de la época de Jefferson. Las pruebas están avaladas por nombres tan sonoros como el del catedrático de Oxford Edward T. Hall, que en su día fechó la Sábana Santa de Turín. El coleccionista Koch supuestamente pagó 500.000 dólares por cuatro botellas de los vinos de Jefferson y un millón por la investigación que descubrió su falsedad. Estas sumas han inspirado alguna que otra extraña idea, como se ha podido ver a mediados de septiembre en el mercado online e-bay. Un particular ha intentado alcanzar el récord de subasta de Christie’s con supuestos vinos Lafite de 1787, también provistos de la correspondiente inscripción “Th.J.”, pero con escaso éxito. Falsificaciones de vinos de culto En los años 80 del siglo XX, el comercio con vinos muy viejos y raros era campo de actuación para tan sólo un pequeño grupo de entusiastas. Hallazgos espectaculares como los polémicos vinos de Burdeos del siglo XVIII entonces aún se podían adquirir por poco dinero. Con el creciente interés de los coleccionistas por vinos raros, estas botellas pronto desaparecieron en las bodegas de ricos coleccionistas de EE UU, Europa, Japón y Hong Kong. Aunque justo después de la caída de la Unión Soviética volvieron a aparecer vinos raros procedentes del Este, también han surgido cada vez más falsificaciones. No necesariamente eran vinos como los de Jefferson, que encabezan la lista de las falsificaciones célebres. “Hoy día se pueden comprar botellas falsas de Pétrus 1921 en cualquier rincón de los Estados Unidos”, asegura Christian Moueix, director de Pétrus. También existen falsificaciones de casi todos los vinos de culto actuales, y su mercado se halla sobre todo en EE UU y Rusia. Las falsificaciones son de todo tipo, desde el sencillo fraude en la etiqueta (la fecha de una añada más asequible se sobrescribe con otra) hasta las falsificaciones de vino (etiquetas falsas en botellas falsas). Por ello, desde 1986, fincas como Pétrus marcan de modo difícilmente falsificable tanto las etiquetas como las botellas.