- Redacción
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- 2010-06-01 00:00:00
No es fácil hallar vinos tan escondidos como el que nos ocupa si no fuera por catadores de la talla de Boris Ferjancic. Lo descubrió en Tenerife, en el Valle de Güímar, comarca vitícola de impresionantes contrastes. Buena parte del viñedo de esta Denominación de Origen se encuentra situada entre las más altas de España, que es decir mucho. Incluso alguna de sus viñas está por encima de los 1.500 metros de altitud. Sus retorcidas y antiguas cepas han aprendido a sobrevivir entre la ceniza volcánica y las mil formas de lava, que en alguna de aquellas zonas forma casi un “malpaís”. La bodega Vega Las Cañas, situada en el Barranco de Badajoz, pertenece a la familia Puerta desde generaciones, posee viñedos en las partes más apreciadas, como Las Dehesas y Los Pelados. Una de estas fincas estaba plantada con la rara Vijariego, que por las muestras tiene vocación de altura. Por alguna razón, en la actualidad no vegeta más que en Canarias y en las Alpujarras. Es una variedad con altísima acidez, tanto que en 2007, cuando la uva ya poseía 12 grados probables de alcohol, todavía contenía una acidez de 10 g/l. Ante tal contraste, Ana Puerta, la bodeguera de la casa, decidió dejar la cosecha en las parras hasta domar esa acidez y vendimiar la uva cuando alcanzó el proceso de pasificación. Por ello se cosechó el 13 de diciembre, pero todavía las bayas siguieron intactas, a cubierto hasta febrero de 2008, momento en el que comenzó la elaboración del mosto. La paciencia, la espera, la confianza depositada en aquella materia prima brindaron un magnífico resultado: un blanco naturalmente dulce (es decir, sin alcohol añadido), original, distinto. Hay en este vino de corte y estilo muy alejado (quizás miles de kilómetros) de su cuna un diseño serio del vino dulce, recuerdos de botrytis, miel, albaricoque y flor de azahar, piel de mandarina o notas de cacao y menta. Una excelente y chispeante acidez lo aleja de dulcedumbres empalagosas y ensambla con el dulzor sabiamente medido, fresco, untuoso, envolvente y largo. Pero la decisión del viticultor de injertar la pequeña viña con otra variedad convierte esta obra enológica en única, un auténtico vino de coleccionista que nunca se podrá repetir. 995 botellas habrán visto la luz, de las que ya muy pocas quedan en la bodega. El envase es muy especial, de los que llaman la atención. Un buen consejo sería regalar el frasco una vez disfrutado el vino.