- Redacción
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- 1996-11-01 00:00:00
A la hora de catar un vino, el primer sentido que utilizamos es la vista. Gracias a su aspecto y color, el vino nos ofrece una primera información acerca de su naturaleza y estado, lo que nos ayudará posteriormente en el análisis olfativo y gustativo. De todos los estímulos que recibe el ojo ante un vino, el más importante y potente es el del color, que indicará la edad, cuerpo y carácter.
El color del vino procede, en primer lugar, de las uvas, cuyos hollejos contienen dos clases de sustancias: unas de color amarillo (antoxantinas) y otras de coloración roja (antocianinas), más o menos moradas. Estas dos sustancias dan colores variados que van desde los amarillos, rosados o rojos, hasta violetas, morados y azules. En las uvas blancas existen solo antoxantinas; en las tintas, antoxantinas y antocianinas, juntamente. La materia colorante de las uvas está encerrada dentro de las células de los hollejos, y no sale de ellas hasta que rompemos la piel del grano y, por maceración, el color se va difundiendo en los mostos. Al color básico aportado por las uvas se añaden los efectos de la elaboración, crianza, paso del tiempo o enfermedades y defectos.
Para apreciar correctamente el color de un vino debemos contar con una superficie de color blanco, lo más puro posible, que nos permita contrastar el color. Lo ideal es que sobre la copa incida la luz natural, o luz incandescente blanca, pero no luz de neón. Para observar el color y sus tonalidades inclinaremos unos 45 grados la copa.
Lo primero que hay que detectar en el color de un vino es su intensidad, lo que nos dará una idea aproximada del cuerpo. La intensidad se mide por “capas”: así un vino puede ser de media capa, o doble capa. También se puede hablar de un vino “abierto” cuando tiene una capa ligera. El matiz nos indicará la evolución del vino. Por ejemplo, un vino joven tendrá matices verdosos si se trata de un blanco, frambuesa, en los rosados, o violáceos, si son tintos. Por el contrario, matices dorados indicarán un blanco maduro, el fresa oscura, un rosado evolucionado, y el teja, un tinto de crianza. Si los matices son ambarinos, de albaricoque o marrones, posiblemente el vino está pasado.
Sacarle los colores
La gama de colores de los vinos es muy grande, aunque se mueven dentro de un cromatismo que, simplificando, podemos establecer de la siguiente forma:
Blancos: Amarillo pálido, amarillo verdoso, amarillo limón, amarillo pajizo, amarillo dorado, oro pálido, oro verdoso, dorado, ámbar y caoba.
Rosados: Rosa claro, rosa franco, rosa cereza, rosa frambuesa, rosa amarillento, rosa anaranjado, piel de cebolla, salmón.
Tintos: Rojo franco, rojo violáceo, rojo cereza, rojo grosella, rojo sangre, rojo anaranjado, rojo rubí, rojo púrpura, granate, violeta, teja, ocre, marrón.