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Ahí están. Sedosos, voluptuosamente dulces, con sus aromas que representan la esencia de la dulcedumbre misma, sus colores inigualables, raros y originalmente oscuros. Los vinos más negros y densos del mundo aunque en realidad sean «blancos». Son los Pedro Ximénez. Dignos hijos de la uva de la cual toman su nombre, siguen imperturbables, sin variación, como si el mundo del vino no hubiese cambiado en los últimos cien años. Ajenos a las modas, su existencia contra corriente les ha hecho pasar por momentos delicados. Hoy parece que se vislumbra un lento reconocimiento del mercado, con un creciente núcleo de consumidores que actúan como conversos, rendidos a su rareza, a su universo casi infinito de sensaciones. Cierto es que también, aunque sea tímidamente, algunos bodegueros de Montilla-Moriles (Alvear y Toro Albalá, por ejemplo), tratan de cambiar el concepto de estos vinos, modernizándolos, haciéndolos más inteligibles para los paladares no expertos, sacándolos al mercado más jóvenes, con menos crianza y algo más de acidez. La representación que traemos a continuación ha sido catada -y disfrutada- por Bartolomé Sánchez. Fueron Rolf Bichsel y Alessandro Masnaghetti quienes cataron los Barolo del 96, en una gran cata celebrada en el Piamonte. Quedaron gratamente sorprendidos por el incremento de calidad. Para ellos el terreno intermedio entre lo artificioso y lo mal hecho es cada vez más reducido. Aparentemente, no hay más remedio que aceptar el nuevo estilo moderno limpio y complejo de muchos Barolo. Por último, Jürgen Mathäss degustó en Argentina y en la feria ProWein un auténtico maratón de vinos argentinos. Fue testigo del esfuerzo supremo de parte de los elaboradores más concienciados por mejorar sus productos y hacer vinos más internacionales, siguiendo la estela de sus vecinos chilenos.