- Redacción
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- 2004-12-01 00:00:00
La audacia de un productor se une a la savia joven de la nueva enología en busca del verdadero potencial. Garnacha, ahora más que nunca. Las tierras aragonesas albergan un nuevo proyecto de vino y bodega. Esta vez es el Valle del Jiloca, a 28 km. de Calatayud, en la provincia de Zaragoza. Quién le iba a decir a José Antonio Martín, uno de los socios de la bodega, que la sana costumbre, heredada de su padre, de comprar viñedo viejo de Garnacha plantado en suelo pizarroso, culminaría en vino. Aunque sospechamos que siempre estuvo en sus oraciones, como todo buen apasionado del vino. Con la terminación de la bodega y el diseño del nuevo vino, culminan treinta años de búsqueda y duro trabajo en la viña, de ir y venir, porque, entre otros, trabajó durante ocho años como consejero en la conocida tienda madrileña Santa Cecilia. De la primera elaboración salieron solamente 2.000 botellas. Bien como experimento, aunque desastrosa económicamente, porque nunca vieron las luces de neón de los escaparates, tan solo sus privilegiadas amistades ganaron en el fiasco porque toda la cosecha terminó en sus mesas. La experiencia mereció la pena porque a partir de ese vino, varios amigos (un psicólogo-psiquiatra, una publicista- diseñadora, dos hosteleros, un gestor de empresas y un arquitecto) proponen construir una pequeña bodega en la que edificar sus sueños vinícolas. Entre todos deciden elaborar vinos modernos y expresivos. El resultado es una bodega pequeña, coqueta, con excelente distribución para el trabajo cómodo y provista de la última tecnología vitivinícola. Como técnico se apuesta por un joven enólogo, Jorge Navascués, gran conocedor de la zona y de tan preciado varietal como es la Garnacha aragonesa. El curioso enclave del Jiloca destaca por cuatro factores importantes: la altitud (800-1.050 m.), los contrastes térmicos (verano: día 43-44º C y noche 19-20º C), la ausencia de lluvias (viñas de secano) y un suelo rico en pizarra. Estos parámetros, unidos a la edad media del viñedo que ronda los 90 años, con producciones de 900 a 1.000 kg./ha., son la sólida base de un gran producto final. El nuevo vino evidencia el varietal, fruta en sazón y notas especiadas bien conjuntadas de roble húngaro y rumano que se funden armoniosamente con el conjunto. También recuerdos minerales. En boca nos regala jugosidad y equilibrio, nos mima el paladar con sus maneras amables. Un vino que pone de manifiesto (una vez más) la elegancia de la Garnacha como uva estrella de nuestra enología.