- Antonio Candelas
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- 2019-07-12 00:00:00
Aunque a veces parezca mentira, el lenguaje del vino nos permite crear conceptos, estilos y perfiles muy concretos que facilitan la comunicación al consumidor. El vino mediterráneo es una categoría que habla por sí sola, pero es conveniente aclararla por su inmensa riqueza.
La idea que hemos perseguido en esta cata es la de que os empapéis de la personalidad y diversidad de vinos elaborados todos a partir de viñedos influenciados por el benévolo clima mediterráneo. Tan interesante ha sido encontrar las diferencias entre ellos como descubrir ese trazo único y absolutamente reconocible que tanto nos gusta. Tenéis tarea para el verano, pero reconoced que es una tarea de esas que no importa realizar porque se disfruta de principio a fin.Un aspecto que acapara hoy por hoy la atención del sector, y que por tanto afecta a este tipo de vinos, es la sensación de frescura relacionada con la acidez. Si bien es cierto que el concepto de vino mediterráneo no goza de esta característica en una primera aproximación, es importante puntualizar que, por un lado, no se puede establecer de forma generalizada esta afirmación y, por otro, no es una condición única e indispensable para valorar la calidad de estos vinos. No se puede generalizar porque dentro de la zona de influencia del clima mediterráneo existen zonas de mayor altitud que favorecen, junto con una viticultura dirigida hacia la idea de preservar la acidez de la uva, elaboraciones de una frescura sensacional. En cuanto a que no es una condición única e indispensable, no hay que olvidar que por encima de modas y tendencias hay que proteger y valorar el carácter de cada zona, y eso pasa por que dentro del viñedo del arco mediterráneo haya ejemplos donde predominen otras virtudes sobre la frescura. Hace unos días, Pedro Ballesteros, en una de las múltiples catas que tan magistralmente dirige y refiriéndose a los vinos mediterráneos, nos invitó a prestar atención no tanto a las sensaciones de frescura y mineralidad de estas elaboraciones sino a las diferentes texturas que podemos encontrar en ellas. Al fin y al cabo, el vino no solo son aromas y sabores, sino sensaciones táctiles.
C uando en medios especializados, en catas dirigidas por expertos o simplemente en la etiqueta de un vino se utiliza el término mediterráneo, se pretende con tan solo una palabra no tanto ubicarlo geográficamente en la franja oriental de la Península, que también, sino describir sobre todo los rasgos diferenciadores de su carácter. Unos rasgos diversos que serán modulados por múltiples factores asociados al origen, pero que quedan hilvanados por un atributo común: la amabilidad. Como os podréis imaginar, parece evidente que no es lo mismo estar ante un tinto del Empordà, la zona de producción más septentrional de nuestro Mediterráneo, donde la Tramontana sopla con virulencia unas viñas enclavadas entre la cordillera pirenaica y el mar, que descorchar más de mil kilómetros después otro tinto de la espectacular Serranía de Ronda. Para seguir con el juego de las diferencias dentro del concepto de vino mediterráneo, os invito a que las encontréis entre un Garnacha Blanca de Terra Alta y un Moscatel de Alicante o entre un Bobal de Manchuela y un Monastrell jumillano. Como podréis comprobar, la riqueza de matices está servida dependiendo de la altitud, la latitud y otros muchos factores, pero el carácter afable de cada uno de ellos es lo que los diferencia del resto.