- Antonio Candelas
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- 2019-09-03 00:00:00
Se reutilizan tinajas reservadas para adornar las entradas y rotondas de los pueblos, se salvan de las ampliaciones de bodegas y cooperativas los antiguos depósitos de hormigón. Hoy, recuperar antiguas formas de guardar y criar el vino está de moda.
¡Qué ironía! Vivimos en un mundo en el que la realidad la observamos a través de las pantallas y los aparatos sin cables se cuelan hasta la cocina de nuestras casas sin pudor alguno. En este presente en el que estamos a merced de las redes sociales y en el que la última novedad tecnológica queda obsoleta al día siguiente, justo en este momento, las bodegas, alentadas en muchos casos por jóvenes enólogos, plantean como novedad apostar por volver a utilizar para la crianza de sus vinos los materiales que se empleaban hace siglos, dejando a un lado la hasta ahora omnipresente barrica de roble. Es una deliciosa ironía tras la que hay motivos más que consistentes para poner a funcionar el perenne barro de las tinajas, el hormigón dormido de los depósitos o el encantador vidrio de las damajuanas. Estos sistemas de envejecimiento pretenden dar armonía y complejidad al vino desde su desnudez varietal sin que la gama de matices propios de la barrica intervenga. A ellos hay que añadir el moderno acero inoxidable, cuya asepsia y neutralidad aromática sirven para que se utilice cada vez más como material de maduración de los vinos junto con sus sabrosas lías.
Una tradición, la de utilizar el barro para construir recipientes donde fermentar y guardar el vino, que se ha mantenido en diversos lugares del mundo donde desde siempre la actividad vitícola ha jugado un importante papel a nivel cultural y económico. Quizás el ejemplo más revelador lo encontramos en Georgia, al oeste del mar Negro, donde se han hallado los restos de vino más antiguos hasta la fecha. Allí, hace 8.000 años ya se vinificaba la uva en recipientes de cerámica. Hoy en los núcleos rurales del país se siguen utilizando los kvevris, unas vasijas ovoides de barro donde se fermenta el mosto y se afina el vino resultante enterrándolos bajo tierra, donde conservan una temperatura adecuada y constante. Este método ancestral está incluido desde 2013 en la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, un reconocimiento que se otorgó no solo por la importancia de preservar una actividad atávica, sino porque forma parte del acervo georgiano. Esta vinificación en kvevris está firmemente unida a su cultura y el vino está muy presente en la vida cotidiana de los habitantes del país.
Tan apasionante es explorar territorios lejanos aferrados a una misma cultura compartida como descubrir proyectos y elaboraciones novedosas realizadas por nuestras diligentes bodegas. En esta primera cata del nuevo curso no solo hemos disfrutado conociendo el resultado de estas otras alternativas de madurar los vinos, sino que nos hemos emocionado con la valentía de los bodegueros que han visto en una vieja tinaja una oportunidad para distinguirse del resto. Cuando hay inquietud de espíritu, capacidad creativa y criterio suficiente para reinterpretar lo que hacían nuestros antepasados, queda garantizada de alguna forma la buena salud de un sector que se muestra dinámico e interesado en satisfacer al consumidor y ofrecerle nuevas creaciones preservando siempre la identidad del origen. Respondamos en consecuencia apoyando, difundiendo y, cómo no, deleitándonos con este espléndido trabajo.