- Antonio Candelas
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- 2019-10-30 00:00:00
Tierra de grandes contrastes que marca el temperamento del que allí nace. El carácter amable y recogido de las gentes del norte difiere de la personalidad abierta y sociable del navarro del sur. El vino no se escapa a tanta diversidad, pero hay algo que los hermana a todos, la nobleza.
Dicen que la diversidad enriquece. Será por eso por lo que Navarra es una de las regiones más prósperas de España. Si trazamos una línea recta desde el punto más septentrional hasta el más meridional no hay 200 kilómetros de distancia. Sin embargo la heterogeneidad de paisajes, climas y costumbres que se encuentran en ese corto recorrido es casi inabarcable. Norte y sur, montaña escarpada y fértiles llanuras, frío rejuvenecedor y alegre calidez. Así se perfila una tierra que vive abrazada a su emocionante historia a la vez que se reinventa para no perder el tren de la modernidad.
El dibujo no pierde aliciente al acotar y describir el territorio vitícola perteneciente a la D.O. Navarra. Las más de 10.500 hectáreas de viña que dan color al campo se reparten por la mitad sur de la Comunidad Foral. Toda esa superficie a su vez está distribuida en cinco subzonas atendiendo precisamente a los matices que existen de clima, suelos y la cercanía a los diferentes accidentes geográficos que las rodean. La Baja Montaña es el territorio más oriental de la región, que limita con Aragón. La Ribera Baja es la que se coloca más al sur. La Ribera Alta ocupa la parte central de la D.O. y acapara una buena porción del viñedo plantado con unas 4.000 hectáreas. Por último, Valdizarbe y Tierra Estella son las otras dos subzonas más cercanas al terreno montañoso. Si a este mosaico de territorios añadimos la influencia del Cantábrico, la cercanía de importantes barreras montañosas y la contribución de la ribera con su afabilidad climática, el resultado es un extraordinario cóctel de realidades donde la viña es capaz de expresarse de un forma bien distinta.
Toda esta riqueza es aún mayor si tenemos en cuenta la cantidad de variedades que se cultivan. En los años ochenta, como en tantas otras regiones del país, se apostó por la famosa triada de tintas foráneas (Cabernet Sauvignon, Syrah y Merlot) y por la blanca Chardonnay. Todas ellas han conseguido adaptarse razonablemente bien dando vinos personales y con cierto aire de importancia cuando la añada es favorable y la crianza acertada. En uvas tradicionales hay que destacar la Tempranillo y Garnacha en tintas y la Moscatel de Grano Menudo en blancas. En aquellas se aprecia un perfil de vino tinto más tradicional, con un carácter bordelés bien definido y donde las largas crianzas son posibles. Sin embargo, la Chardonnay de esta tierra es de las mejores del país. En las de aquí, la Tempranillo se defiende con mucha solvencia y la Garnacha es una delicia que muestra otro aire diferente a las que se ven en otros puntos donde se cultiva. Por último, en moscateles hay que pararse detenidamente en las maravillas dulces que son capaces de regalarnos.
Como veis, adentrarse en el vino navarro es de todo menos aburrido, pero lo mejor es que ante tanta pluralidad existe un hilo conductor que es el que marca la tipicidad, sobre todo en sus tintos: el toque silvestre que se expresa en forma de especias, finas hierbas o detalles balsámicos. Esa pincelada refresca nariz y boca, y hace que podamos disfrutar durante más tiempo del resto de matices. Precisamente eso es lo que hemos hecho en esta selección de blancos y tintos navarros donde, si queréis, podréis dar buena cuenta de tan distinguida diversidad.