- Antonio Candelas
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- 2021-02-01 00:00:00
Si hay alguna ciudad en la que el vino todo lo impregna, esa es Valdepeñas. Este ha sido siempre un engranaje clave en el motor económico, cultural y social que hoy relumbra orgulloso en cualquier rincón de la Muy Heroica Ciudad del Vino.
Mil veces laureada por propios y ajenos; sus habitantes, curtidos en numerosos lances, han escrito el relato de sus vidas con tinta de Cencibel. Generaciones enteras de familias han confiado ciegamente su futuro a la vid a pesar de las pruebas de fuego que la historia ha ido interponiendo en sus caminos: conflictos bélicos, crisis políticas y económicas, plagas... Así es Valdepeñas: tenaz, imperturbable ante las dificultades y gran conocedora del talento que atesora la tierra sobre la que se asienta. Por eso, a lo largo de los siglos, la viña ha ido dejando pequeñas muestras en el camino del tiempo para que los bodegueros y viticultores valdepeñeros no olviden que son legatarios de una forma de vida exigente, pero dadivosa, con quien se compromete a trabajar en ella.
A día de hoy, 22.000 hectáreas de viñas cubren los campos de los diez municipios que conforman la Denominación de Origen Valdepeñas, cuya ubicación sirve de puerta de entrada a Sierra Morena desde la Meseta Sur. Suelos calizos coloreados de rojas arcillas con diferentes texturas son los que siguen alimentando a las cepas como lo hicieran hace casi dos mil años cuando los romanos habitaban estas tierras de la antigua Hispania. Un hecho, que aunque ya se tenía sobrado conocimiento sobre él, ha vuelto a renovar el interés por el reciente descubrimiento el pasado año de un yacimiento romano en el que destaca una bodega de notables dimensiones –quizá una de las mayores de aquella época– en los alrededores de Valdepeñas. En los vestigios desenterrados se han podido diferenciar las dependencias de fermentación, prensado y almacenamiento. Este destacado hallazgo nos acerca a conocer la extensa tradición vinícola que esta comarca ha ido manteniendo a lo largo de su historia.
Sabedores de su interés, cronistas e historiadores han prestado siempre atención al importante papel que ha desempeñado el vino en el devenir de esta ciudad. Pero la fecha que verdaderamente marca un antes y un después en la actividad vitícola de la comarca es el 24 de mayo de 1861. Aquel día, Valdepeñas se convirtió en localidad ferroviaria, abriéndose así un torrente de desarrollo imparable e ilusionante prosperidad. Un hito que dinamizó de manera extraordinaria la comercialización del vino en las principales ciudades del país y florecieron multitud de industrias auxiliares del sector. Además, el siempre atractivo binomio ferrocarril-viñedo consiguió atraer a un buen número de inversores y firmas de otras regiones productoras para abrir nuevas vías de negocio, siempre con el vino como actor principal.
Como veis, entre apasionantes tragos de historia anda el buen vino de Valdepeñas. Hoy continúa la defensa de este valiosísimo capital vitícola que se ha ido forjando a través del tiempo. Esta riqueza fue confirmada gracias a la publicación en 2006 de un trabajo de investigación realizado por científicos portugueses en el que una de sus conclusiones más interesantes era la enorme variabilidad genética de la uva Tempranillo en comparación con otras zonas de la península Ibérica. Este mosaico de matices de su uva estrella y los de otras variedades bien adaptadas a su clima son los que nos hemos esforzado en transmitir en la cata de este esperanzador mes de febrero.