- Antonio Candelas
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- 2021-12-01 00:00:00
Frente a la supremacía del tinto, el vino blanco lleva años aumentando su presencia en los hogares y en las cartas de los restaurantes. Los informes publicados anualmente indican que su consumo aún está a años luz del tinto, pero su crecimiento es significativamente mayor.
Este crecimiento no es casual ni aleatorio. Existen motivos consistentes que explican el furor creciente que el vino blanco ha desatado entre el amplio espectro de consumidores. La inclinación de los paladares actuales a elaboraciones más frescas y menos opulentas tienen en el blanco a su mejor aliado. Es cierto que este cambio de paradigma en el gusto se ha hecho extensivo a todas las categorías de vinos, pero en el caso del blanco es más inmediato, puesto que casi de forma inconsciente relacionamos el carácter refrescante y amable de un vino con este color.
Dicha pauta de comportamiento sobre las preferencias vínicas va íntimamente relacionada con el trabajo que viticultores y bodegueros están desarrollando con las variedades de uva blanca. En la última década hemos experimentado un interés paulatino por recuperar variedades poco atendidas y entendidas, así como por valorar las que ya se conocían buscando la excelencia. Con este generoso repertorio de tonalidades, no es difícil entender el floreciente desarrollo que están experimentando y que además está fuertemente ligado a los momentos de consumo y con la gastronomía. En diversidad, el blanco ha alcanzado al tinto, si es que no lo ha superado. Hoy hay una versión para cada momento y para cada alimento: aperitivo en terraza, con amigos, en pareja, comida informal o elegante, en la playa, refugiados del frío invernal en nuestra casa y, por supuesto, en celebraciones de distinta índole. Ha dejado de ser irrelevante en interés, volumen y valor para convertirse en una opción a tener muy en cuenta.
Ante este movimiento que ha acrecentado la presencia del blanco en todos los canales de distribución para hacerse un hueco entre los tintos, las zonas productoras también han fiado parte de sus esfuerzos en comunicar estos vinos o en facilitar e impulsar su elaboración. Ejemplos como los de la Garnacha Blanca en Terra Alta, el buen posicionamiento que van tomando los blancos riojanos o la aprobación en 2019 de la Albillo Mayor en una zona tan de tintos como la Ribera del Duero son la muestra palpable de este desarrollo, con permiso de denominaciones de origen tradicionalmente blancas como Rueda o Rías Baixas, que trabajan para dar mayor valor a sus vinos.
Este auge contrastado de alguna manera se ha contagiado a los espumosos. Datos de 2020 publicados por el Observatorio Español de Mercado del Vino (OEMV) hablan de un aumento del 12,4% en volumen y un 12,9% en valor. Es cierto que este dato engloba a los blancos y rosados, pero en sí es un dato bastante esclarecedor. La inercia ascendente tiene que ver con unos motivos similares a los del vino blanco: versatilidad gastronómica, frescura y complejidad desde la elegancia.
Por todo ello hemos centrado la cata del número navideño en los vinos blancos tranquilos y espumosos de nuestra tierra. Como siempre, es una selección –en este caso, de 72 referencias– para que las descubráis y disfrutéis, pero prestad atención a la cantidad de matices que son capaces de ofrecer y de la complejidad que atesoran. Os prometemos que no os defraudarán en los brindis de las próximas fiestas. Que sean muchos y felices con la vista puesta en los sueños por cumplir del año que viene.