- Antonio Candelas
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- 2022-06-29 00:00:00
Existen innumerables perfiles de variedades: amables, poderosas, carnosas, frescas, sobrias, delicadas o elegantes, pero tan solo la Garnacha Blanca es capaz de sugerir la vida de un paisaje y las líneas de un territorio con tanta precisión y fidelidad.
Gran parte del interés que despierta una variedad radica en la capacidad que tiene de transmitir a través de sus elaboraciones la personalidad de una zona. Aunque técnicamente siempre puede cumplir un papel concreto en cuanto a aromas y textura, al formar parte de la mezcla de variedades de un vino lo que realmente genera valor y expectativas es su comportamiento a solas. La Garnacha Blanca, procedente de una mutación espontánea de la Garnacha Tinta y cuya producción se focaliza principalmente en el interior de Cataluña, Aragón, Navarra y Rioja, está abriéndose paso en los últimos años en el ilusionante panorama de vinos blancos de este país.
Este atractivo ha impulsado proyectos de investigación como el de la tesis doctoral de Maite Rodríguez, un estudio llevado a cabo gracias al programa de Doctorado Enología, Viticultura y Sostenibilidad de la Universidad de La Rioja. En él se concluye que la pérdida de color se debe a la desaparación de unos genes que son los responsables de sintetizar las moléculas que dan color (antocianos). Esta modificación influye en el perfil aromático, puesto que la uva, como "mecanismo de defensa", produce otras moléculas que son ni más ni menos precursores aromáticos que influyen en la personalidad del vino. Por tanto, aunque no es el único factor que participa en su perfil aromático, sin duda esa mutación favorece los matices de flores, fruta blanca y herbáceos que podemos detectar en líneas generales en los vinos de esta variedad.
Mientras en Rioja la Garnacha Blanca está cobrando mayor relevancia en su vocación de uva acompañante en los vinos de Viura, en los que también suelen aparecer la Tempranillo Blanco, en otras zonas como Terra Alta es la variedad reina. Tanto es así que la tendencia imparable es hacia la elaboración de esta uva en monovarietal. En este punto es donde resulta interesante aportar alguna pincelada sobre cuáles son las posibilidades de esta variedad.
Estamos ante una planta de porte erguido y con tendencia a vigores generosos. Se siente cómoda en escenarios de escasez de agua y puede dar graduaciones alcohólicas elevadas. El manejo de estas cualidades agronómicas será determinante para obtener vinos que expresen esa identidad paisajística tan ansiada. Si encontrar el equilibrio entre acidez y grado alcohólico siempre es importante, cuando se trata de Garnacha Blanca es capital alcanzarlo, puesto que el margen de maniobra en el punto de maduración adecuado es muy pequeño. Hay que estar atento en vendimia para no quedarse antes de llegar ni tampoco pasarse de frenada porque, sencillamente, se desbarata la posibilidad de que la uva se exprese en todo su esplendor.
En cuanto a la posibilidad de que sus vinos puedan criarse en todo tipo de materiales (hormigón, cemento, madera) y alberguen cualidades suficientes para su evolución en el tiempo, existen pruebas suficientes de que así es, pero no hay que olvidar que la precisión en toda su elaboración desde el campo es clave. Todos los matices varietales y las diversas interpretaciones territoriales y de elaboración quedan reflejadas en esta interesate cata de monovarietales de Garnacha Blanca. Una bonita tarea para disfrutar del descanso veraniego.