- Antonio Candelas, Foto: David G. Coca / Pintan Copas
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- 2022-09-28 00:00:00
Salvo maravillosas excepciones, la crianza ha estado siempre más vinculada a tintos que a blancos. Hoy, además de ser una preciada herramienta en la creación de excelentes vinos blancos, se ha abierto una infinidad de posiblidades en cuanto a materiales y recipientes.
El prestigio a un vino se lo da el tiempo. Sea tinto, rosado o blanco, espumoso o generoso. Cuando un vino nace con vocación de ser entronizado, han de pasar meses, más bien años, para que eso ocurra. Ese reposo en la inalterable quietud de una bodega es lo que hace que una cosecha excelsa brille con visos de eternidad. En los últimos tiempos, el conocimiento sobre cómo elaborar y criar ha avanzado tanto como ciertas tendencias poco interesantes y de dudosa consistencia han ido perdiendo presencia, tanto en lo enológico como en el propio consumidor. Parte de esa sabiduría la ha asimilado, y de qué manera, el vino blanco con el fin de adquirir las herramientas necesarias para evolucionar sin miedo al paso del tiempo.
Un ejemplo de estos proyectos de I+D que indagan sobre cómo influyen la forma y el material del recipiente de crianza es el que está desarrollando Propiedad de Arínzano. José Manuel Rodríguez, su enólogo, ha vinificado una misma partida de vino de Chardonnay de la añada 2021 procedente de la parcela más cualitativa de la finca hasta en 30 recipientes de diferentes materiales y formatos. El proyecto ha tomado el nombre de Chardonnay Lab y quiere convertirse en un punto de encuentro y debate sobre cuáles de esas microelaboraciones son capaces de expresar con mayor pureza las cualidades del terreno.
El esfuerzo que las bodegas están aplicando a sus blancos para engrandecerlos es incuestionable, pero, ¿en qué términos aromáticos o gustativos se traduce tanta inversión de recursos y talento? Sabemos que cuando un vino se elabora pensando en ponerse en el mercado como joven encontramos una serie de aromas cuya intensidad dependerá de sus cualidades particulares y que serán frutales, herbáceas, florales envueltas en un halo de juventud y energía propios. Sin embargo, si el elaborador lo que quiere es potenciar otras virtudes que solo el viñedo, su entorno y una cuidada viticultura pueden dar, así como el perfil concreto de una añada, hará uso de una crianza muy concreta para conseguirlo, obteniendo detalles de mayor elegancia, complejidad, finura o una expresión más vinculada al territorio, capacidad de guarda...
Aunque el elemento más conocido sea la madera de roble y el formato más asiduo la barrica, existe un repertorio muy extenso de materiales (hormigón, barro, granito, acero inoxidable, polímeros plásticos, madera de acacia, castaño, cerezo...) y formatos (fudres, diferentes volúmenes de barrica, huevos, esferas...). Y entre tantas posibilidades, la lía. Ese resto de levadura exhausta también aporta texturas y matices que sin duda son claves en la búsqueda de la excelencia. Y, por supuesto, la crianza biológica llevada a cabo por el velo de flor.
Como siempre, os ofrecemos en nuestra cata del mes una nutrida selección de vinos en la que, en este caso, el hilo argumental es la influencia de diferentes tipos de crianza en blancos de diversos perfiles y variedades, pero no debéis desatender la Cata Vertical que os encontraréis más adelante. En este caso, la hemos dedicado a un blanco y, como siempre, tratamos de poner el foco en el ingenioso equilibrio que existe entre cómo influye el desarrollo del año en la viña –y por tanto, en el vino– y el trabajo meditado del elaborador para que el tiempo cuente a su favor.