- Antonio Candelas
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- 2023-03-30 00:00:00
Desde que en los años noventa la D.O.P. Ribera del Duero alcanzara la más alta consideración del público gracias a un perfil de vino muy concreto –musculoso, con unas crianzas notables y graduaciones nada despreciables–, tanto el gusto del consumidor como las interpretaciones de las bodegas han cambiado mucho.
Los que tenemos cierta edad hemos podido ver cómo el perfil de vinos ha ido cambiando a lo largo de los últimos 25 años, pasando de elaboraciones de mayor concentración y robustez a vinos menos extraídos, con menor intervención de la madera y una intención de mostrar más el paisaje y la variedad que el procedimiento. A pesar de este cambio de realidad, creo que emitir juicios de valor peyorativos sobre un estilo de vino creado en el pasado cuando los paradigmas actuales son otros bien distintos (avalados, además, por la masa crítica) carece de interés puesto que se incurre en un oportunismo banal. No debemos desautorizar el pasado y menos anularlo sin perspectiva y sin una opinión formada porque al final ocurre lo de tantas veces, que dejamos pasar la oportunidad de aprender de los aciertos y errores de los que nos precedieron.
Qué duda cabe que Ribera del Duero es por méritos propios una de las grandes regiones vitícolas de nuestro país. A grandes rasgos, esta zona productora se ha caracterizado por un perfil de vinos muy concreto definido por su poderío, pero que con el paso de los años igualmente ha ido basculando hacia una moderación en la consistencia y un trato más ajustado de la madera. Este cambio de tendencia es positivo siempre y cuando se preserve el carácter propio de la zona, porque si esto se desatiende caeremos en una uniformidad esta vez orquestada por la delgadez de los vinos.
Precisamente, el clima extremo –definido por una continentalidad indiscutible y un rigor térmico, tanto en invierno como en verano, que deja huella– nos habla de que la uva Tinta Fina (Tempranillo) tenderá a expresarse de una forma muy concreta con matices diferenciales si nos encontramos en la Ribera soriana o si nos desplazamos 100 kilómetros más al oeste hacia Valladolid, sabiendo que entre medias atravesaremos la Ribera burgalesa, con otras cualidades. Todo ello sin hablar de los diferentes terrenos que el río Duero ha ido creando a lo largo de los siglos con un páramo que cada vez está adquiriendo mayor importancia cualitativa en los tiempos que corren, caracterizados por unas temperaturas más elevadas de lo normal.
Hemos planteado la cata del mes de abril dedicada a la Ribera del Duero atendiendo a varios criterios para que fuera lo más diversa y entretenida posible en cuanto a perfiles de vino, pero con un aspecto limitante, que es el precio. Hay dos motivos por los cuales hemos puesto el tope de desembolso en los 25 euros. El primero es no maltratar demasiado el bolsillo y el segundo es demostrar una vez más que en una franja que está entre los 15 y los 25 euros podemos encontrar vinos de una solvencia más que acreditada. En todos ellos encontraréis interpretaciones bien diferentes, incluso entre los que se acogen a las pautas de tiempos de crianza marcados por la norma (crianza, reserva...). Ha sido una bonita manera de dibujar una Ribera del Duero ciertamente asequible en lo económico, pero muy satisfactoria en lo sensorial, porque hemos apreciado un agradecido equilibrio en el aporte aromático del aporte de la madera, una intención de diferenciar las diferentes riberas y un mimo extraordinario en evitar expresiones que homogeneicen la identidad de una zona que ya sabemos por experiencia que es muy diversa.