- Antonio Candelas, Foto: Heinz Hebeisen
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- 2024-01-31 00:00:00
El territorio que conforma la D.O.P. Jumilla es un lugar extremo. A las puertas del mismísimo desierto, la capacidad de adaptación de la vid deja poco margen de maniobra para su prodigiosa supervivencia. Hacer vino aquí se convierte en una suerte de milagro y, sin embargo, su elaboración es cada vez más esperanzadora.
Una de las virtudes más valiosas que existen es la de saber gestionar con inteligencia las hostilidades del ecosistema que nos rodea para construir alianzas y así llegar a crear una relación de crecimiento mutuo, e incluso de excelencia. El entorno de la D.O.P. Jumilla –ubicada al sureste de la Península, entre las provincias de Albacete y Murcia– está demostrando ser un verdadero ejemplo de adaptación y resiliencia para el sector vitícola de nuestro país.
El altiplano jumillano, rodeado por las líneas angulosas de las sierras que lo rodean dibujando un intrincado horizonte, es un paisaje exigente, agreste, pero hermoso. Mientras que la austeridad de la planta del esparto nos habla del rigor climático, la viña emprende todos los años una lucha sin cuartel para aprovechar hasta la última gota caída del cielo. Aquí, la viticultura de secano es más una obligación que una opción. Los apenas 300 litros anuales que intentan saciar la sed de la tierra convierten a la viña jumillana en el paradigma de optimización de los recursos hídricos tan necesaria en estos tiempos de escasez de agua.
Uno de los aspectos más apasionantes de esta tierra de vino es la amplitud del territorio. Una extensión en la que las casi 23.000 hectáreas de viñas repartidas entre ambas provincias pueden estar plantadas entre los 350 metros de altitud o llegar a rozar los 1.000 metros. Una variación sustancial que la Monastrell (que supone el 70% del viñedo) sabe cómo gestionar siempre de la mano del experimentado viticultor. Como podréis suponer, no será lo mismo una Monastrell ubicada en la elevada altitud del albaceteño municipio de Fuente-Álamo –donde los blancos suelos calcáreos imprimen una personalidad destacada– a una parcela al sur de la Denominación, ya en territorio murciano, donde la altitud apenas llega a los 350 metros.
A estas variables hemos de sumar otras, como las orientaciones (clave en entornos límite como este), las variedades o el manejo de la viña. Así, tenemos un mapa vitícola de una riqueza extraordinaria que se podrá interpretar de manera diferente y, por tanto, expresar realidades diversas. Esa riqueza es la que hemos querido mostrar en esta cata. Hemos recogido una muestra muy representativa de ese alto nivel cualitativo, pero sobre todo queriendo mostrar esa inmensa diversidad. Por un lado tintos, donde la Monastrell predomina, dejando hueco a otras variedades que han demostrado su buena adaptación, como la agradecida Syrah o la sorprendente Petit Verdot. Por otro, los blancos, que van ganando terreno en número, en expresión varietal y sobre todo en elegancia.
Hoy, Jumilla es un territorio con un marcado carácter mediterráneo donde el sol define la personalidad de los vinos. A partir de aquí, la horquilla de perfiles es amplia y siempre sugerente por el elevado número de entornos y parajes que nos encontramos y la cada vez más formada mano del viticultor y elaborador. Encontraremos desde expresiones balsámicas con el perfil aromático tradicional con una crianza bien trabajada (en la mayoría de los casos, adaptada a los tiempos actuales) hasta delicadas versiones jamás antes vistas que llevan el Mediterráneo tatuado en el corazón del vino.
La prometedora evolución de esta Denominación de Origen debe servir para entender que el contexto social del territorio, las necesidades del sector, el escenario climático, la demanda del mercado y el avance en el conocimiento son los que impulsan los cambios y no por ello debemos sentenciar épocas pasadas con un revisionismo histórico vitivinícola poco justificado. Estos 63 vinos jumillanos son sin duda la mejor muestra del momento dulce que atraviesa esta Denominación y de su proyección futura de innegable éxito.