- Antonio Candelas, Foto: laplateresca /AdobeStock
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- 2024-05-01 00:00:00
Como modo de vida no está nada mal y es que el vino rosado es quizá la elaboración que nos sugiere una actitud más relajada y disfrutona ante la vida. Pero veamos cuáles son las razones territoriales y técnicas de esta cualidad más allá de los manidos tópicos vinculados con el color y el consumo estacional.
Podemos debatir sobre las aburridas cifras de consumo de los vinos rosados en nuestro país, sobre si el color pálido, que es el que presuntamente ha triunfado en los últimos años, seguirá siendo el preferido entre los consumidores o si por fin ha dejado de ser un vino menor para convertirse en una opción con notable reputación. Si lo hiciéramos, tiraríamos por tierra el titular que, por otra parte, tan bien nos ha quedado. Considero que, más allá de especulaciones, datos y opiniones, el rosado se ha convertido en una elaboración apta no solo para todos los públicos (entiéndase la expresión dentro de la mayoría de edad), sino para cualquier momento del año, incluidos los meses fríos, que hasta hace no mucho estaban contraindicados por razones más técnicas que estacionales, puesto que los vinos llegaban a esas fechas con evidentes signos de evolución poco alentadora.
Las piezas que componen un rosado son tan diversas que los resultados son casi inabordables. Zona, variedades, estilo y elaboración son algunas de las variables con las que los elaboradores juegan para crear su particular interpretación rosada. Pero, sin duda, una vez más el elemento clave para el desarrollo de esta categoría a los niveles de excelencia que estamos experimentando está en la creatividad de las bodegas. Mientras que zonas de arraigada tradición rosada siguen afinando sus elaboraciones –como Navarra, con sus jugosas garnachas, o Utiel-Requena, con los refrescantes y vibrantes rosados de Bobal–, por no hablar de las zonas donde el clarete se reivindica cada vez con más fuerza, la imaginación vuela alto en zonas donde el rosado apenas tenía presencia.
En el momento vitícola en el que nos encontramos, sinceramente, no creo que exista un rincón de España donde no se elabore un buen rosado: tradicionales, singulares, originales, de perfil atlántico o mediterráneo, opulentos o vibrantes, de consumo cercano o de guarda. Qué duda cabe que esta sensacional amalgama de estilos responde a una intención de ir más allá de un momento de consumo concreto en tiempo o gastronomía.
Es cierto que a lo largo de estas semanas multitud de bodegas despliegan su buen ánimo en forma de rosado con el que conquistar el mercado, pero eso no quiere decir que nos debamos ceñir a un consumo de buen tiempo. Reivindicamos el rosado como el vino que nos predispone al buen humor en primavera, en otoño e incluso en el frío invierno, bajo el sol entre los productos cárnicos y vegetales de una barbacoa o a la luz de las velas de una sofisticada cena. Y lo hacemos con conocimiento de causa, porque claro que en primavera y verano son una gran opción, pero es que el rosado tiene el poder de adaptarse a multitud de momentos y gastronomías según sea su vocación. Los encontramos desenfadados, divertidos y con un punto incluso canallesco que nos engancha, pero también los hay de postín, importantes, sugerentes y embaucadores. Así es el rosado en el que creemos.
Por eso nos hemos lanzado a proponer una amplia lista de sugerencias en base a todos estos parámetros territoriales, técnicos y creativos que hacen que no haya un momento, un plato o una experiencia en la que no encaje un vino rosado. Muchos pensaréis que me he contagiado de manera evidente del espíritu de la primavera y del rosado. Quizá llevéis razón, pero me resisto a pensar que este no es el modo de vida en el que deberíamos alojarnos para todo, incluso para cuando las cosas no estén para echar flores. Por si acaso, tened un rosado a mano en la bodega, que siempre vendrá bien.