- Antonio Candelas
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- 2024-10-04 00:00:00
La categoría de tintos crianza es un emblema de la tradición vinícola española que lleva décadas consolidada como un referente de consistencia. Algo que no le ha impedido evolucionar y adaptarse frente a las cambiantes y algunas veces amenazantes tendencias del mercado. Veamos cómo son los crianzas de hoy y de dónde vienen.
El origen de la crianza en vinos se asocia estrechamente con la historia vitivinícola de Rioja, donde desde la segunda mitad del siglo XIX se popularizó el uso de barricas de roble para conservar los vinos. Lo que comenzó siendo una técnica introducida originalmente por los enólogos franceses para la estabilización y conservación del vino se ha ido revelando con el paso de los años como una categoría de vital importancia para las bodegas en el ámbito comercial. La popularidad de los crianzas creció significativamente durante el siglo XX, y con la creación de las denominaciones de origen en España, se establecieron normativas claras que definieron los estándares de esta categoría, consolidándola como un símbolo de garantía y tradición.
Según la normativa, para que un vino tinto se pueda denominar crianza debe pasar al menos 24 meses de envejecimiento, de los cuales un mínimo de seis meses debe ser en barrica. Denominaciones de origen como Rioja y Ribera del Duero marcan ese mínimo en 12 meses. El resto de meses hasta completar los dos años de crianza es completado con el afinado en botella antes de salir al mercado, durante el cual los matices se integran y la textura se redondea. Esta normativa garantiza que cada botella de crianza cumple con unos tiempos que aseguran un perfil concreto de vino. Algunos de los pliegos de condiciones hacen también referencia al volumen de las barricas que se deben utilizar. Por ejemplo, en la D.O.Ca. Rioja la barrica deberá de ser de 225 litros para que pueda ser etiquetado como crianza.
A lo largo de las décadas, esta categoría ha evolucionado para adaptarse a las preferencias de los consumidores modernos, sin perder su esencia. En el pasado, los vinos crianza se caracterizaban por un perfil más robusto y a menudo dominado por la madera. Sin embargo, en las últimas décadas, las bodegas han comenzado a ajustar el tiempo de crianza y a seleccionar barricas con tostados menos marcados que aportan menos influencia sobre el vino, buscando un equilibrio entre la fruta y la madera. Este ajuste ha permitido que los vinos crianza evolucionen hacia un estilo más accesible y actualizado.
Frente a las tendencias emergentes en cuestión de vinos, que buscan destacar la frescura y pureza de la fruta, estos vinos han sabido mantener su relevancia gracias a su cualidad de consistencia y capacidad de adaptación. Hoy en día, muchas bodegas apuestan por crianzas más frescos y frutales, sin sacrificar la complejidad y cremosidad que caracteriza a esta categoría. A pesar de las modas que promueven elaboraciones más ligeras, los vinos crianza siguen destacando por su estructura y complejidad, ofreciendo un perfil gustativo que equilibra la fruta con los matices aportados por la barrica. Esta dualidad les ha permitido competir con éxito frente a las nuevas tendencias, manteniéndose como una opción muy solvente para aquellos que valoran el estilo de crianza tradicional o adaptado a las nuevas elaboraciones.
En un contexto donde el mercado vinícola se diversifica y los consumidores buscan nuevas experiencias, los vinos crianza son una apuesta segura. Aunque existen casas bodegueras que mantienen un perfil más clásico, hay otras que apuestan por la evolución, ajustando métodos y tiempos de envejecimiento para ubicarse en el mercado. Su capacidad para innovar sin perder la esencia posiciona a estos vinos como un ejemplo claro de cómo la tradición puede reinventarse y prosperar en un entorno competitivo y cambiante. En esta amplia elección de crianzas daremos buena cuenta de lo extensa y diversa que es esta categoría.