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La renovación de una clásica bodega riojana y todo su entorno ha hecho nacer copas sorprendentes y admirables. Esta es la guinda.
Luis Alegre se remozó en los años 90, pero lo suyo fue mucho más que un lavado de cara. Fue una revolución, a la vez interior y exterior. Se convirtió en un hito, tanto físico como simbólico. El arquitecto Joaquín Aracil supo aprovechar su privilegiada situación y la transformó en una atalaya con un comedor que es un espléndido mirador de La Rioja. Y a la vez con la estructura circular y la explosión de color captó el espíritu del nuevo equipo, su juventud, su eficacia, su imaginación, su profundo conocimiento de todos los sectores que rodean al vino, desde la tierra a las barricas y los corchos.
El cuidado del campo es minucioso, sea del viñedo propio o de las parcelas de vecinos a los que compran uva. La vendimia es manual y en pequeñas cajas, y la selección no deja pasar un grano imperfecto.
Como su nombre indica, en este vino prima el campo, su situación, suelo y clima, como define su enólogo con pasión: “Es un vino muy particular ya que procede de la finca Laminoría Parcela nº 5 ubicada en el parque natural de las Lagunas de Laguardia. Dichas lagunas son salinas y han dotado a los suelos que las circundan de un carácter diferente a los del resto del municipio. El parque natural es Biotopo protegido por la U.E.”.
La uva (siempre de viñedos mayores de 45 años con rendimientos inferiores a los 4.500 kg./ha) fermenta y macera con los hollejos al menos 20 días, permanece en las barricas unos 14 meses, se embotella con un leve filtrado y reposa unos 6-8 meses en botella antes de llegar al consumidor ya acabado, listo para beber.
¿Dónde? Lo ideal sería en la propia bodega, en su comedor acristalado, uno de estos días del nuevo otoño en los que las nubes parecen recién pintadas y se vierten como en cascada sobre las cumbres de la protectora Sierra Cantabria. Allí donde el paisaje explica el vino.