- Ana Lorente
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- 2019-04-30 00:00:00
Lo que faltaba. Lo único que faltaba. El catálogo de una gran bodega como es Aragonesas parecía bastante completo con una oferta de más de 40 vinos. Tan diferentes como la distancia que va de un tinto de autor –como Galiano, o Aragonia, o Fagús, de Garnacha viejísima, profunda, larga...– al delicado rosado Centifolia que invita a un viaje al trópico y a la poesía romántica, pasando por juguetes semidulces como Rozzulo o Azzulo. Incluso en este imperio de la Garnacha que es Campo de Borja siempre hubo lugar para blancos de Viura y Chardonnay, pero el mercado manda. Y la bodega se sienta en la mesa de 55 países de los cinco continentes, con una distribución ejemplar que pedía la uva de moda, la que desde Castilla supo volar al mundo: la Verdejo. Ya está aquí, pero como esta página se abre a un descubrimiento que ha de vivir personalmente quien lo cata, no se puede adelantar su tono verdoso característico, ni su aroma varietal, ni su tacto glicérico, ni su acidez refrescante o su longitud en el posgusto. Nada de eso. Aunque, para despertar el deseo, basta recordar la historia, la geografía o los autores que lo han hecho nacer, de madugada, con una fresca vendimia la primera semana de septiembre. Protegieron la uva de la oxidación con nieve carbónica y la encubaron fría para prolongar la maceración pelicular, para no dejar escapar ningún aroma.
Nuevas técnicas, precisas, mimosas, pero la historia viene de lejos, cuando los monjes cistercienses del Monasterio de Veruela plantaron las primeras garnachas de Aragón. Corría el año 1145, de modo que cuando Bodegas Aragonesas surge en 1984 como suma de varias cooperativas de la zona hereda una historia, una tradición secular, una leyenda plasmada en 4.000 hectáreas de viña que ya conocían muy bien los integrantes del sólido equipo enológico y agrícola: Javier Vela, Javier Baselga y Fernando Ballesteros. Al principio solo pretendían embotellar y comercializar la producción de los cooperativistas, pero adivinaron que con la varita mágica del conocimiento y la inversión tecnológica esos vinos podían llegar mucho más alto. Era ya un viñedo acomodado a un paisaje, a los suelos rojos y pedregosos, a los vientos que bajan del Moncayo y barren viñedos robustos y vigorosos de Tempranillo, Merlot, Syrah, Cabernet Sauvignon, Moscatel de Alejandría, la reina Garnacha, que aquí ha aprendido a dar lo mejor de sí, y ahora Verdejo.