- Bartolomé Sanchez
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- 2014-09-02 11:33:00
Harkaitz Cano (Donostia, 1975) es escritor y guionista de cómic, disciplina a la que le gusta llamar “el cine perfecto”. Su obra más reciente es la novela “Twist” (Seix Barral, 2013) con la que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, aunque siempre ha expresado su predilección por el relato breve (véase “Circo de invierno”) y la poesía (“Compro oro”). Colabora asiduamente con artistas plásticos, así como con numerosos cantantes y grupos de la escena vasca, intentando resarcirse de su truncada carrera como trompetista frustrado (su mal oído hizo que le echasen de la banda). Le encanta la música negra y leer las etiquetas de los vinos.
«Durante una época de su vida Diego Lazkano se dio a la bebida, en Lille. Quería olvidar a Soto y a Zeberio, olvidar su confesión, la tortura que padeció, la carpeta a la que miraba de reojo como a un “souvenir sin nostalgia”, palpando las gomas y acariciándolas sin atreverse a abrirla, hombre temeroso de desnudar a su amante. Quería desterrar de su cabeza sus ambiciones y sus sueños, vivía como un zombi. Vendía en librerías de viejo los libros acumulados con gran cariño durante años, a cambio de una miseria, y luego se bebía sus propios libros, cada día se bebía un libro, en ocasiones hasta dos: “Estoy bebiendo La Odisea, la calderilla que me han dado por ella está desapareciendo por mi garganta”, se decía, “hay que ver lo poco que ha durado lo que me han dado a cambio de la edición de bolsillo de Dinero de Martin Amis”. Intercambiaba literatura por alcohol, Robinson Crusoe se le convirtió en una botella de Baileys, Los hermanos Karamazov en una botella de vodka Smirnoff, estos tres gin tonics que acababa de meterse entre pecho y espalda eran El lazarillo de Tormes. Se hizo con una botella de whisky caro Lagavulin a cambio de la edición encuadernada en cuero del Ulises de James Joyce que le regaló Ana; si aquel día había malvendido los ensayos de Montaigne –nunca se desprendía de más de un ejemplar por día, el ritual era el ritual–, se regalaba con un tinto de Burdeos, intentando que lo que bebía tuviese cierto sentido: si se deshacía de Madame Bovary debía intentar buscar algún caldo cercano a los que pudiese haber catado Flaubert, para poder emularle; a cambio de Nuestros antepasados de Italo Calvino, un quianti o una botella de pelaverga de Saluzzo quizá.
“¿Quién dijo que la literatura no alimenta,
que no reconforta el espíritu y el alma?”
Fragmento de Twist (Seix Barral, 2013)
OREMUS Tokaj Aszú
Reconozco que llego a muchos de los vinos partiendo de la literatura y si me dicen que un vino es “de lágrima”... la mitad del trabajo para seducirme ya está hecha. Si además resulta que el vino le gustaba a Voltaire... Como los buenos libros, no puede elaborarse todos los años: solo los años de cosecha extraordinaria. Conocí este vino en la inauguración de una exposición en la que se presentaba un Bestiario gastronómico comestible, y la verdad es que lo predisponía a uno a comerse cualquier bestia imaginaria.
Duroum Reserva 2009
Estamos sin duda ante un tinto con personalidad. Nos lo recomendaron en Oporto. Un vino “conversacional” lo llamaría... Ideal también para beberlo mientras esperas alguien que se retrasa y conversar con uno mismo.
Koehler Winery Santa Ynez Valley Syrah 2009
Soy un gran fan de la variedad Syrah. Este vino en concreto lo acabo de conocer en San Francisco. Mucho cuerpo, textura de tinta china y toque ahumado. Perfecto para terminar el día con una buena tabla de quesos bien curados.