- Redacción
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- 2000-10-01 00:00:00
El enólogo bordelés Michel Rolland es el más conocido de los asesores del vino. Trabaja para numerosas bodegas de casi todos los países vinícolas importantes.
En algunos aspectos, la historia de Michel Rolland parece salida de un cuento. El hijo de un vinicultor de Pomerol se convierte en estrella mundial del vino y en modelo de toda una generación de especialistas enológicos…
Me hice enólogo más bien por casualidad. Como ocurre en las familias rurales de mi tierra, yo, como hijo más joven, debía hacerme cargo de la propiedad de los padres. Para ello, adquirí las herramientas necesarias en la facultad de enología de Burdeos, bajo la dirección de Emile Peynaud. Toda esta bonita planificación se fue por la borda cuando conocí a la que sería mi mujer. Ella también era enóloga… y decidimos hacernos cargo del laboratorio enológico de Jean Chevrier en Libourne.
Así, cambió usted la apacible existencia de hijo de vinicultor por la vida cambiante del «flying winemaker».
En primer lugar, todavía hoy me ocupo de la empresa familiar, y en segundo lugar, sólo me hice asesor con el correr del tiempo. Inicialmente, mi trabajo consistía en el análisis químico del vino y en su interpretación. Pero, al mismo tiempo, me interesaba averiguar por qué algunas añadas resultaban mejores que otras. Se impuso la conclusión de que los mejores años tenían algunas cosas en común: tiempo cálido, producciones relativamente reducidas, uvas muy maduras, valores de acidez bajos. Estas conclusiones forman la base de mi filosofía, que sigo defendiendo tanto en Francia como en el extranjero.
En el extranjero se le empezó a conocer por sus éxitos en su país.
A finales de los 70 y principios de los 80 existía una tendencia mundial hacia vinos con taninos suaves, flexibles y redondos. Este era un estilo que encarnaban los vinos de Pomerol, que de repente se hallaron en boca de todos. Los que querían hacer vinos similares se pasaban por Pomerol y automáticamente entraban en contacto conmigo, que estaba trabajando aquí.
Es decir que, sencillamente, se quería producir Pomerol, por ejemplo, en Argentina.
No, no era eso. Se trataba más bien del estilo de los vinos. El objetivo era producir vinos suaves, redondos, con encanto. El éxito de ese estilo de vinos demuestra que era un planteamiento acertado. Hoy, en Argentina o California siguen sin hacer Pomerol, pero producen vinos menos angulosos.
Es decir, que se elaboran vinos «Michel Rolland» en todo el mundo…
No me importa asumir que tengo un estilo, una firma propia. Si las bodegas a las que asesoro producen hoy vinos con más encanto y también más concentración que antes, menos duros y rústicos que antes, y se dice que eso es mi estilo, ¿por qué no? Mi principio más importante es vendimiar uvas plenamente maduras, pero no sobremaduras. Si con «estilo Michel Rolland» se pretenden calificar los vinos obtenidos a partir de uvas sobremaduras, eso es totalmente falso. Nunca he predicado la sobremadurez. En realidad, los vinos que yo firmo sólo tienen una cosa en común: quieren agradar.
Agrado, suavidad, encanto… son palabras de seducción. Da la impresión de que usted -o, mejor dicho, sus vinos- pretenden agradar, seducir a cualquier precio. ¿Es eso compatible con la filosofía profundamente francesa de la tipicidad del terruño, la autenticidad de la producción de una determinada zona de procedencia?
El terreno sigue siendo la base del vino. No hay enólogo en el mundo capaz de cambiar un terreno. Pero dentro del terruño pueden expresarse varios estilos. Míreme a mí: hoy voy con traje y corbata, mañana en camiseta y vaqueros: cambia la presentación, pero no el terruño. En mi caso, los 92 kilos de peso en canal que hay bajo la ropa…
Por lo tanto, ¿su trabajo consiste en vestir el terruño?
Mi trabajo consiste en dar a un terruño su mejor expresión posible. Alrededor del vino se hace mucha poesía, pero no olvidemos que el principal objetivo es gustar para poder vender. Si el gusto del consumidor pide un cierto estilo, nuestra tarea consiste en respetarle.
¿Y de paso uniformizarle?
No, en absoluto. Ese es otro reproche que se me hace a menudo. Pero una cata de vinos vinificados por mí en distintos países ha mostrado que no hay dos iguales, aunque todos estén marcados por la misma filosofía.
Ya que estamos con los reproches: ¿qué le parece la afirmación de que usted hace «vinos Parker»?
Es cierto que tengo la suerte de hacer vinos que le gustan a Robert Parker. Pero creo que la cuestión no es si yo hago vinos que gustan a Parker, o si a Parker le gustan los vinos que yo hago. En primer lugar, mi filosofía del vino ya estaba establecida 10 años antes de que Parker alcanzara notoriedad. En segundo lugar, a Parker le gustan los vinos que se venden bien, y gracias a eso Michel Rolland también se vende bien. Y ese es mi oficio. Si, por el contrario, yo fuese un genio que sólo tuviera el defecto de producir vinos imbebibles, haría mucho tiempo que estaría en paro.
¿Donde reside su tarea fundamental en la actualidad? ¿En la «curación», es decir, la mejora de vinos que presentan fallos, o en la auténtica creación de vino? ¿Qué opina del término «flying winemaker» o «creador de vinos volante»?
No soy un curandero del vino. El término correcto sería «asesor». Yo me limito a dar mis consejos: el propietario es el que hace con ellos lo que quiere. Generalmente, esto adopta la forma de un intercambio de ideas. Es decir, que no soy yo quien «hace» el vino. Sí puede decirse que soy lo que se conoce como un «flying winemaker» porque, efectivamente, viajo mucho en avión. Pero esta mañana fui un «driving winemaker» porque me desplacé en automóvil, y esta tarde seré un «bicycling winemaker» porque voy a visitar en bicicleta una bodega de las proximidades.
¿Cómo consigue tener tiempo para todo? Más de 20 bodegas en todo el mundo, 65 Châteaux bordeleses famosos entres sus clientes…
Y también una empresa de Cahors y tres en Languedoc-Rosellón. Efectivamente, la agenda es mi peor enemigo. Estoy fuera 120 días al año. Pero desde hace tres años repaso cada carpeta nueva con mis colaboradores. Ya sólo me ocupo personalmente de alrededor del 40% de mis clientes.
Han sido clientes de Michel Rolland
en todo el mundo:
USA: Simi Winery en Sonoma, California
(ex Möet et Chandon).
Argentina: Etchart, en la provincia de Salta.
España: Marqués de Cáceres, Marqués de Vargas, Cosme Palacios, Dàvalos, Marqués, Cortijo de las Monjas y René Barbier.en la Rioja.
Italia: Ornellaia, en Toscana (Lodovico Antinoni).
Hungría: Château Pajzos, en Tokaj.
Marruecos: Meknes (William Pitters).
Portugal: Caves Allianza.
Chile: Casa Lapostolle (Marnier Lapostolle y familia Rabat).
Sudáfrica: Frederiksburg, propiedad de Benjamin de Rothschild (Château Clarke) y la familia Ruppert (Cartier, Mont Blanc, etc.)
México: Château Camou (Baja California)
India: Grovere Vineyard, en Bangalore