- Redacción
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- 1999-04-01 00:00:00
El rostro sonrosado y el pelo pajizo delatan su origen noruego. Ingeniero agrónomo, insultantemente joven para estar ya en la cumbre, su entusiasmo por el vino empujó a este vikingo a conquistar territorios donde dar rienda suelta a su pasión: el vino y el arte de la elaboración. Como sus antepasados, enfiló sus naves, primero hacia Burdeos, donde adquirió los conocimientos necesarios. Luego, sus viajes de conquista le llevarían a recalar en la Ribera del Duero. Allí descubrió el tesoro que tanto perseguía: tierras áridas, al borde de lo imposible, cepas antiguas del más noble varietal español, como es la Tinto fino o Tempranillo, y una cultura milenaria en el cuidado de la vid. Y triunfó. Triunfó con un vino llamado Pingus, alabado unánimemente por los santones de la prensa especializada mundial. Y se lo quitan de las manos, a pesar de que su precio (80.000 ptas. botella) casi lo ha convertido en material de mercado negro.
Sabido es que la grandiosidad del mar, el misterio de los ríos, del agua en general, despiertan el espíritu viajero de los hombres del norte. Pero ya es más difícil que este mismo sentimiento prenda en ellos la aventura que significa la elaboración y el estudio del vino. Peter Sisseck, noruego, nacido en el mismo Copenague, donde acabó la carrera de ingeniero agrónomo, se trasladó de joven a Burdeos. Allí donde combinó los estudios de enología en la universidad con trabajos en varios châteaux (entre ellos el famoso Valandrau). También “hizo las Américas” en Simi Winery de California, para recalar en el mismo corazón de la Ribera del Duero con el firme propósito de elaborar uno de los mejores vinos del mundo. Pero aunque hoy su trabajo es reconocido por todos, no fueron fáciles sus comienzos en estas frías y duras tierras castellanas.
Llegó para hacerse cargo de una nueva bodega, Hacienda Monasterio, una empresa creada por personas poco afines al sector del vino, y situada en la localidad de Pesquera, donde la presencia de Alejandro Fernández, además de un estímulo, significaba un buen barómetro para su trabajo. Bajo su control, tenía viñas recién plantadas y muy poca experiencia en la importante labor de compra de uvas. A su favor, una preciosa bodega que domina buena parte del valle, con instalaciones técnicamente impecables, barricas de primera calidad y la experiencia adquirida en Burdeos.
Sus amplios conocimientos enológicos, y sobre todo una visión del vino del futuro, le hicieron concebir, a los pocos años de convivir con las viejas cepas ribereñas, un caldo de otra galaxia: el “Pingus”. Hecho con mimbres nacionales, producto de una vetusta viña de dos hectáreas plantadas únicamente con cepas de Tinta del país, el vino adquirió un claro estilo francés. Al poco tiempo se ponía a la altura de los productos de Burdeos tanto por los altos precios con los que suelen irrumpir en el mercado como, muy importante, por una similar calidad. Es un vino que con solamente tres añadas ha entrado ya en la leyenda de los grandes mitos europeos. El precio de la botella, que supera actualmente las 80.000 pesetas, supone un hito inalcanzado hasta ahora por un vino español de tres años.
Usted conocía muy bien el mundo del vino en Burdeos, a través de sus estudios de enología y por haber trabajado varios años en bodegas. ¿Qué despertó su interés por la Ribera?
Yo tenía poco conocimiento de la Ribera del Duero, si dejamos aparte ciertos vinos como Vega Sicilia y algunos de Pesquera. Pero en el año 90 me ofrecieron el trabajo de dirigir una finca, que luego fue Hacienda Monasterio, y acepté.
¿Cuándo se da cuenta de la posibilidad de hacer un buen vino en Castilla?
Muy rápido. Al poco tiempo de llegar, catando especialmente los vinos que se hacían en las pequeñas bodegas por personas no profesionales (los vinos de las bodegas de los pueblos) y que muchas veces eran vinos elaborados de cepas viejas, sin apenas tratamiento, pero con una enorme personalidad.
¿Cuándo concibe que el “proyecto Pingus” podía ser viable?
Después de varios años trabajando con cepas jóvenes en Hacienda Monasterio me interesé por hacer un vino de cepas viejas con rendimientos muy limitados para ver si era posible elaborar un “super Ribera”. En realidad nació más como un hobby que como un proyecto real, por lo que el éxito comercial me ha sorprendido tanto a mí como a cualquier otro.
En esta rápida ascensión a la fama, ¿cuánto ha tenido que ver la excelente crítica que han hecho de él las revistas extranjeras?
Fue determinante. Esto hizo que se conociera mucho, sobre todo en el ámbito de influencia anglosajona. Después hubo lo que se llama el “efecto bumerang” y la demanda se disparó. Lo cual no deja de darme miedo. Porque subir este vino con tanta rapidez me exige mucho, y no todos los años se puede trabajar al mismo nivel. La viticultura está a merced de una serie de circunstancias que no siempre se pueden controlar.
En España no estamos acostumbrados a los super precios. ¿Cree que este es un éxito momentáneo o se consolidará su mercado?
La experiencia dice que solo se consolidan los vinos verdaderamente excepcionales. En realidad en España hay un desfase entre la calidad de los vinos y su precio. No es lógico que cuesten tan baratos unos vinos que, en muchos casos, superan en calidad a los de otros países mucho más caros.
¿Son previsibles en España nuevos vinos estilo“Pingus”?
Yo espero que sí, pero también quiero advertir que Pingus es el fruto de unas viñas privilegiadas, y que eso no se puede copiar fácilmente. Hacer vinos donde no se ahorre ningún esfuerzo para intentar captar la máxima expresión de una viña es posible en todo el mundo, pero un vino como Pingus no se puede copiar en instalaciones de millones de litros.
¿Qué porvenir le aguarda al vino español?
Yo creo que España, con una de las concentraciones de cepas viejas más altas de Europa y unas uvas autóctonas de muy alta calidad, tiene unas posibilidades enormes. Pero si se pretende exprimir ciegamente las capacidades que ofrece la tecnología, y se apuran las cosechas, no saldremos de la mediocridad.