- Redacción
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- 2003-10-01 00:00:00
Batallador nato, paciente hasta casi el infinito, aprendiz de lo aprendido y genio creativo de una gama de vinos únicos. Fernando Chivite hace honor a su apellido, una saga familiar que ha marcado su personal impronta en la vinicultura española desde tiempo inmemorial, y cuyo estandarte siempre ha sido la calidad. La familia Chivite y el vino están unidos desde 1647. Se dice pronto. Por aquel tiempo ya existían documentos que acreditaban esta relación, un vínculo que ha durado hasta nuestros días y que ha forjado buena parte del prestigio de esta casa navarra. Una saga de grandes negociantes de vinos donde quizá la figura clave fue Claudio Chivite Rández, bisabuelo de los actuales propietarios. Él fue quien, en el siglo XIX, cuando el mercado vinícola sufría profundas convulsiones, marcó las primeras pautas en la evolución de la bodega, y comenzó la exportación de los vinos de la familia. Sus vinos fueron de los primeros en salir al extranjero, y hoy en día Chivite está presente en más de 60 países de los cinco continentes. Pero en el pasado más cercano no hay que olvidar a Julián Chivite Marco, padre de los actuales propietarios, ya fallecido, quien supo tomar perfectamente el relevo de ese espíritu luchador e innovador que les caracteriza como algo genético. Adaptó su empresa, con visión y adelanto, a los cambios estructurales y a la tendencia del sector vinícola desde inicios de los 70, cuando el granel fue perdiendo terreno y los vinos embotellados marcaban la pauta del futuro. Junto a sus hijos elevó al rosado a la escala de la distinción, y rompió la frontera del refinamiento con unos tintos y blancos singulares, de corte moderno y de calidad contrastada. La tarea iniciada con el patriarca ha tenido continuidad en sus cuatro hijos: Julián, Carlos, Fernando y Mercedes. La undécima generación Chivite vive el presente de la bodega con unas credenciales más que prometedoras, donde Fernando, como enólogo, tiene mucho que contar. Se dice de usted que es un visionario de la enología española, una afirmación respaldada por una gama de vinos que son sus señas de identidad y por la puesta en marcha de uno de los proyectos vinícolas más ambiciosos del panorama actual como es Señorío de Arínzano. En cuanto a lo de visionario, serán otros los que tengan que explicar el por qué. Lo que sí me considero es testarudo, en ocasiones muy testarudo. Soy constante en mi trabajo y me esfuerzo, junto con todo mi equipo, en buscar las mejores soluciones técnicas en cada uno de nuestros vinos. Quizá se puede decir que soy valiente, con el riesgo que ello conlleva, pero al cabo de los años te tienes que volver modesto, es una consecuencia de la madurez. Me he dado cuenta de que cuanto más sabes más cosas tienes que aprender. Por eso admiro la mentalidad bordelesa, de la que me nutrí en mi formación enológica, de que hay que replantearse todo en cada vendimia, partir de cero y buscar la calidad por encima de todo. Tras consolidar la marca Gran Feudo, Señorío de Arínzano se ha convertido en un auténtico reto en el que todavía queda mucho por hacer. Las cosas se hacen poco a poco. Hay un momento para consolidarse y otro para expandirse, y ahora la prioridad es desarrollar la tarea que mi padre emprendió y afianzar uno de nuestros proyectos vinícolas más importantes. La bodega está enclavada en un entorno natural único, que hemos salvaguardado basándonos en una gestión agrícola respetuosa con ese entorno, gracias al plan que emprendimos en conjunto con WWF/Adena. Esas condiciones naturales, con unos suelos excepcionales y un microclima singular, han propiciado una excelente calidad en las variedades Tempranillo, Merlot, Cabernet Sauvignon y Chardonnay. Lo poco que hemos intervenido en su conversión natural en un viñedo de calidad ha dado sus frutos con unos vinos de gran factura. Calidad que siempre primará sobre la cantidad, con producciones cortas, ya limitadas desde la poda. En esto somos muy serios, el mayor error de un enólogo es destruir una marca por querer aumentar la producción. Lo que tenemos es lo que hay, pequeñas producciones y con mucha selección. Pero aunque se estén cosechando esos frutos, ¿llegará a tener un vino emblemático Señorío de Arínzano? Señorío de Arínzano se tiene que definir, es cuestión de paciencia. Cuando camine solo está claro que tendremos un gran vino, una marca que aunará toda la esencia de este proyecto. A pesar de que Chivite está en el tiempo de la consolidación, también hay cabida para otras aventuras como el trabajo llevado a cabo en Viña Salceda (La Rioja), que la familia adquirió en 1996, o la incursión en Ribera del Duero, con la plantación en el 2001 de cerca de 45 hectáreas de viña en La Horra. La historia de Viña Salceda se cuenta sola. Lo que hemos intentado en La Rioja es rehacer el concepto del vino a nuestra manera, sin alterar o alterando lo menos posible los fundamentos de esa bodega que para nosotros son muy válidos. Allí nos gustaría equilibrar la producción con la adquisición de más viñedo. En cuanto a los vinos, creo que hemos logrado que sean más actuales, dejando atrás ese lastre de vinos fatigados. Viña Salceda se sustenta sobre dos prioridades: una técnica, encaminada a mejorar los vinos, y otra empresarial, para abrirla a la exportación. ¿Y en Ribera del Duero? ¿Por qué esta zona y no otra para poner su interés? Tienes una inquietud enológica y unas posibilidades comerciales marcadas, y si encuentras un sitio que aúne esos condicionantes, te decides por él. Hemos tardado cinco años en elegir La Horra como enclave ideal para nuestra andadura en la Ribera del Duero, y repito que ha sido una decisión muy estudiada. En esa zona, 45 hectáreas ubicadas en una ladera media en el margen derecho del río Duero, con un terreno con arcilla, no muy arenoso, es para mi el lugar, donde con la personalidad que buscamos. Queremos lograr un vino con un carácter distinto a los que hacemos en Navarra y La Rioja, el carácter de la zona. Uno o dos vinos, crianza y reserva, o reserva y otro de añada, está por definir, una bodega pequeña, desarrollar una marca y, sobre todo, elaborar lo más cerca de la viña. Cómo técnico quizás le gustaría probar con más variedades o experimentar ciertos retos enológicos... Por supuesto. Me atrae mucho saber cómo se comportarían en Navarra variedades como la Syrah, la Cabernet Franc o la Petit Verdot, pero la que más me obsesiona es la Garnacha. Esta uva da mucho juego. Es una variedad que, salvo en Châteauneuf-du-Pape, apenas ha dado carácter a los tintos. Hace falta una labor seria de investigación en la viña, pero está claro que me gustaría sacar un gran vino tinto de Garnacha. Uno de los temas de actualidad es la reciente aprobación de la Ley del Vino. ¿Qué opina de esta nueva normativa? La Ley está bien, pero se necesitan más cosas. Da más posibilidades que el obsoleto Estatuto de la Viña y el Vino, pero creo que esto sólo es el primer paso, el principio para poner al día al sector vinícola español. Si queremos estar al nivel europeo, ser competitivos y estar acorde con los tiempos que corren, hay que sintonizar las legislaciones de todo el mundo. Hoy por hoy, existen grandes desequilibrios legislativos entre los países productores, hay legislaciones muy liberales y otras demasiados restrictivas, y eso causa muchos desajustes cuando se está en un mercado libre. Lo que si tengo claro es que el principal deber de un empresario es defender su empresa, y hay legislaciones que lo ponen difícil. Fernando Chivite Con sólo 16 años tomó la decisión, como dice él, «semi-voluntaria» de estudiar enología, y nunca se ha arrepentido de ello. Fernando Chivite, el tercero de los cuatro hijos de Julián Chivite Marco y Mercedes López, es un apasionado del vino, le gusta elaborarlo, catarlo y degustarlo en una buena comida, que es el escenario donde en realidad un vino se la juega, ante el consumidor. Le gusta probar casi todo, lo propio y lo ajeno, porque es la única manera de aprender y no bajar la guardia. Hasta tal punto llega su tenacidad que ya ha realizado dos cursos de cata en Burdeos con una diferencia entre cada uno de 17 años, y se sigue sorprendiendo de que la enología sea una ciencia que se reescribe continuamente. Es un crítico catador, porque sabe que la calidad es la única razón de ser de todo enólogo. Dicen de él que posee una de las mejores narices de nuestro país. Lo que más valora en un vino es su complejidad y persistencia, y lo que más castiga y vitupera es que los vinos sean engañosos, de esos que tanto abundan con cara de buenos a base de trucos de maquillaje para ocultar defectos e imperfecciones.