- Redacción
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- 1997-06-01 00:00:00
Desde principios de los años 80, Hubert de Boüard es el
responsable de Angélus, junto
con su primo Jean-Bernard Grenié. Recién ascendido
a Premier Cru, conversa
satisfecho con Vinum.
Angélus y Beau-Séjour Bécot han sido los más citados con posibilidad de ascenso. ¿Esperaba usted la concesión de un rango superior?
Por lo menos hemos hecho todo lo posible por merecerlo. Nos hemos matado trabajando durante diez, quince años. Por eso queríamos creerlo, y ahora estamos felices y orgullosos. Consideramos la reclasificación como una especie de recompensa. Una clasificación es como un diploma. Si no lo tienes, no te lo tomas en serio. Si lo tienes, lo cuelgas en la pared con orgullo.
¿Cómo fue recibida la noticia en Saint-Emilion?
Muy positivamente. De entre las muchas cartas de felicitación que recibimos de todo el mundo, algunas procedían de las inmediaciones. Naturalmente, no todos están contentos con la reclasificación. Los que durante años han intentado impedir que progresáramos, los que condenaban nuestro trabajo, no han cambiado de un día para otro. Pero en un momento tan feliz como éste hay que procurar olvidar toda querella.
Pero una parte de sus viñedos no han sido clasificados.
Eso es cierto. La co-misión ha descartado tres hectáreas. Sólo han sido clasificadas 23,4 hectáreas. Hay que decir al respecto que esas tres hectáreas hasta ahora no solían emplearse para Angélus, sino para nuestra segunda marca.
¿Qué cambiará con la clasificación? ¿Será aun más caro el Angélus?
Para empezar, nos causa problemas nuevos: tengo que construir una bodega nueva para las tres hectáreas no clasificadas, porque no está permitido vinificar dos apelaciones distintas en la misma bodega. Seleccionaré más rigurosamente y probablemente produciré, por ello, un poco menos de vino de primera calidad. Pero no quiero convertir Angélus en objeto de especulación.
Mi vino del año 95 ha salido, en “primeur”, a 142 francos (3.550 pesetas). Seguro que también habría encontrado salida a 180 francos (4.500 pesetas), pero no quiero perder la cabeza. Quiero que la gente compre mi vino para beberlo, no para atesorarlo solo porque sea un 1er Grand cru classé. No, Angélus no deberá encarecerse.
En cuanto a la técnica y a la calidad, incluso los mayores críticos están dispuestos a reconocer que Angélus, desde finales de los ochenta, es una de las empresas punteras del vino de Burdeos. Pero, y ésto se repetía una y otra vez, Angélus no está precisamente en las tierras consideradas como las mejores.
¡Una suerte para nuestros competidores! ¡Imagínese los vinos que haríamos si así fuera! Pero en serio: creo que tenemos una tierra excelente, perfectamente adecuada a las variedades que hemos plantado.
Quien asegure que solo las cepas de la Meseta producen grandes vinos tendría que hacer de nuevo toda la clasificación. Hace cien años ya corrían rumores de que Cheval Blanc tenía peor terruño que su vecino Figeac. Y, sin embargo, Cheval Blanc se clasificó en una jerarquía superior, porque el nivel de las variedades se adecuó entonces de forma óptima a sus tierras. Yo no soy mago. Si hago grandes vinos, no depende tanto de mí como del pago, que interpreto a mi manera, al que permito expresarse. Cuando aseguran que Angélus tiene una tierra mediocre, me siento tentado a responder con otro golpe bajo, diciendo que algunos viticultores deberían avergonzarse de no vinificar mejores vinos, considerando la tierra que tienen.
Lo que más se criticaba entre los del país era el estilo de Angélus, en ocasiones desacreditado por atípico.
Es de suponer que esa crítica procediera de propietarios incapaces de hacer esta clase de vino. Cuando empezamos a limpiar la viña, a limitar la cantidad de fruto, a deshojar o a emplear más madera nueva, nos señalaban con el dedo y aseguraban que estresábamos la cepa y que nos excedíamos con la madera de nuestros vinos. Ahora, de repente, todos trabajan de forma parecida a la nuestra. Pero dejemos esta polémica. Yo no tengo la impresión de que Angélus sea un Saint-Emilion atípico. No me he inspirado en los vinos californianos, sino en los nuestros de los años cincuenta, como La Gaffelière 52, 53, 55, 59, cálidos, elegantes, vinos para la alegría, vinos que animan a apurar el vaso, vinos que pueden madurar mucho tiempo.
Con Angélus quiero hacer un vino que alcance su madurez para consumirlo en unos diez años y que se mantenga veinte años en su plenitud. Nunca he dicho: “yo hago tal o cual tipo de vino”. Sólo con el tiempo descubrí el potencial de Angélus. El primer Angélus que se hizo completamente a mi gusto fué el de 1988. Aún le falta mucho para alcanzar su plenitud, y dentro de diez o quince años seguirá dando alegría. Quiero que mis críticos me midan por este vino.