- Redacción
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- 2005-12-01 00:00:00
No es en la cara donde se le ve la edad, sino en la lengua. A sus más de 80 años, habiendo vivido y experimentado muchas cosas, sigue siendo un revolucionario. Alguien que dice lo que piensa. Barbara Schroeder habló con el barón del burdeos André Lurton. A lo largo de toda su vida, ha estado usted comprometido a favor y en contra de todas las asociaciones, proyectos o ideas posibles, además de ser alcalde de la comunidad en que nació… y sin embargo, resulta difícil adscribirlo a algún partido político. No pertenezco a ningún partido. Soy André Lurton. Por ser quien es, ha aportado mucho a lo que Burdeos es hoy… … porque pertenezco a la generación que tuvo que luchar por la reconstrucción de Burdeos después de la Segunda Guerra Mundial. Al terminar la guerra, usted tenía 20 años recién cumplidos y se lanzó a la aventura de la vinicultura. ¿Aconsejaría usted hoy a un veinteañero hacer lo mismo? Si puede trabajar con una infraestructura que funcione adecuadamente, sí. Quien concentra toda su inteligencia, su valor, sus conocimientos y su fuerza de trabajo en una meta, siempre la alcanza. Su carrera vinícola comenzó en la finca familiar Château Bonnet. He leído que en los primeros años se vio forzado a plantar trigo y alfalfa para mantenerse a flote y financiar su despegue en la rama de la vinicultura. Yo no poseía un gran capital, como otros. Me vi obligado a ganar dinero rápidamente. Por lo tanto, tiene experiencia en crisis. ¿Qué opina de la crisis que está viviendo Burdeos actualmente? La racha de suerte terminó hace tres o cuatro años. Se instaló una especie de “desamor”, los consumidores mostraban menos interés por nuestros vinos. Teníamos dificultades con la competencia de Europa y ultramar, y también con el enorme excedente de vino. La producción mundial de vino tiene cada año un excedente equivalente a la cantidad que cosechamos en Francia. Y usted no pensará que la gente se va a levantar por la noche a tomarse un traguito de vino para colaborar con la reducción de excedentes. Por eso el vino se pudre en las bodegas. La crisis actual es estructural, no coyuntural. Sabemos desde hace seis o siete años que el mundo produce demasiado vino. Los excedentes actuales fueron calculados con bastante exactitud ya por el OIV (Office International de la Vigne et du Vin). Sin embargo, es usted la primera personalidad del vino bordelés que habla sobre este tema abiertamente… Para eso hay una palabra: ¡la política del avestruz! ¡Esconder la cabeza en la arena! Usted me contó en cierta ocasión que en el reparto de la herencia de su familia, el valor del Château Bonnet en Entre-deux-Mers se equiparó al de Brane-Cantenac, un Cru Classé de Margaux. Entonces usted heredó Bonnet, y estaba contento con ello. Sin embargo, hoy parece abrirse un gigantesco abismo entre las fincas clasificadas y las sencillas. ¿Qué es lo que Burdeos está haciendo mal? El hecho es que muchos vinicultores hoy luchan por su existencia porque otros antes bailaron sobre el volcán, porque pujaban los unos contra los otros llevando los precios al alza de una manera desvergonzada, aunque ni siquiera lo necesitasen. Y los que no se subieron a ese tren ahora están pagando las consecuencias. Ni tengo complejos, ni siento envidia. A la vista de los problemas, estoy contento con la evolución de mi empresa. Me parece sencillamente vergonzoso que unos estén cobrando una fortuna, mientras otros ven como su empresa se hunde en la miseria, sus almacenes se llenan y los precios descienden por debajo del límite de la rentabilidad. Hoy por hoy, el precio medio por barrica de Burdeos es casi tan bajo como hace 25 años (en 2003 eran 960 y en 1978 habían sido 670, nota de la redacción), ahí hay algo que falla. Me cuesta aceptar el curso de las cosas. La imagen que Burdeos da de sí misma está más distorsionada que nunca. Eso no puede salir bien. Naturalmente que hacen falta líderes y locomotoras, motores del mundo, pero no deben hacer un mal uso tan descarado de su papel. Un Burdeos sencillo cuesta menos que un Côtes du Rhône o que un Beaujolais y, sin embargo, los Burdeos tienen fama de caros. Precisamente ése es el problema. A los vinos de Alsacia o de la Borgoña, el consumidor les perdona excesos puntuales, pero pasa por la estantería de los Burdeos sin atreverse siquiera a echar una mirada. Los vinos de Burdeos han sido etiquetados como demasiado caros, y no conseguimos deshacernos de este prejuicio. Se ha convertido en un auténtico acto reflejo del consumidor. Y eso que Burdeos produce vinos excelentes a precios muy razonables. Entre ellos se cuentan también vinos suyos como Bonnet, Coucheroy, Rochemorin, La Louvière o Dauzac. Siempre quedan algunos mohicanos que se mantienen firmes en sus valores y en su camino. Yo soy uno de ellos. Mi filosofía no es malvender vinos para mantenerme a flote entre la competencia, sino responder al mercado y, así, a los deseos del consumidor. ¿Qué hace por los productores el tan ensalzado comercio bordelés? La mayor parte de mis vinos se vende a través de los comercios de Burdeos. Ha sido y sigue siendo una organización modélica. La otra cara de la moneda es que se centra particularmente en el comercio con vinos en primeur de una pequeña élite que saca al mercado cantidades relativamente pequeñas. Pero los expertos de todo el mundo viajan a Burdeos por ellos una vez al año. Se come y se bebe, se cata, se discute, se otorgan calificaciones, a veces buenas, a veces completamente absurdas… así es el negocio del primeur. Un circo, una magnífica ocasión publicitaria de la que, una vez más, se benefician los grandes. No parece usted creer en la fiabilidad de las catas de muestras de barrica. Ya lo creo que no. Especialmente cuando los catadores no tienen ni idea de vinos jóvenes. En el caso de las muestras, no son más que vinos virtuales. Es un error llevar a cabo tales catas en ese momento tan temprano, más de un año antes del embotellado definitivo; pero la campaña del primeur, con todos sus inconvenientes, forma parte de Burdeos como la pluma del avestruz arriba mencionado. Hablemos de usted. La vinicultura y la enología, en las últimas décadas, han hecho unos progresos enormes. Usted es un importante motor de esta evolución. De mi abuelo aprendí que nunca se debe depender de nadie. Para mantener el control sobre la calidad de las cepas, fundé mi propio vivero de cepas. También en el ámbito de la técnica enológica, constantemente nos autocuestionamos. Recientemente hemos desarrollado una máquina que selecciona las uvas basándose en su densidad. Entre las innovaciones, algunas de ellas muy polémicas, también se cuenta el tapón de rosca. Este tapón ha dado mucho que hablar. El hecho es que, si empleamos el corcho clásico, pasados cuatro o cinco años en bodega ninguna botella se parece a la otra y todos los vinos han perdido frutalidad. En 1992 embotellamos por primera vez parte de una cosecha con tapón de rosca. Son precisamente esas botellas las que hoy resultan más frescas y frutales. ¿Cómo reaccionan los consumidores? Con desconfianza. Primero hemos de demostrarles que saldrán ganando, no perdiendo. Lo que estarían dispuestos a aceptar en el caso de un Entre-deux-Mers, ni con mucho lo consentirían en un vino superior como La Louvière… es una cuestión de imagen. No obstante, ya hemos transformado la mitad de nuestra producción para embotellado con el nuevo tapón. La Louvière es una de las grandes obras de su vida. Obra y aventura. Antes de oír hablar de La Louvière, creía que en Graves sólo se dedicaban a la ganadería. El château estaba en un estado ruinoso por entonces. Tenía 30 hectáreas de viñedos, pero tan sólo un tanque de 40 hectolitros para la vinificación. 40 hectolitros de cosecha máxima para 30 hectáreas, ¡imagínese usted! Para entrar en la bodega tuve que ponerme botas de goma para atravesar el agua, que cubría un palmo. Más de un posible comprador lo rechazó, pero yo finalmente acepté el reto y no me arrepiento. Aunque entonces era una verdadera locura. Otro hito en su vida profesional es la ratificación de la denominación Pessac-Léognan en el año 1986. Sí. Los vinicultores de Graves, entre ellos muchos procedentes del sur de esta denominación, querían entrar en la clasificación. De los 120 châteaux que presentaron la solicitud, finalmente fueron doce los clasificados por el INAO. Todos ellos estaban en la parte norte de Graves, lo cual provocó tensiones entre el norte y el sur. Cuando me eligieron presidente de Graves, fundé un sindicato de las fincas del norte, que terminó conduciendo a la fundación de la denominación comarcal de Pessac-Léognan. Al mismo tiempo está usted peleando una dura batalla por la conservación de la zona histórica vinícola en el norte, cuya situación es muy próxima a la ciudad de Burdeos y está parcialmente rodeada por la aglomeración. Sí, y estoy especialmente orgulloso de ello. En 1875 aquí había 5.000 hectáreas plantadas de vid. Algo más de 100 años después ya no había más que 1.750 hectáreas en toda la región de Graves. Junto a la filoxera y el mildiú, que nos arrebataron 100 hectáreas, en muchos lugares los bosques de pinos sustituyeron a las cepas. Sin nuestra lucha contra la explotación de la gravilla para la construcción de carreteras y a favor de la conservación de los viñedos, quizá ya no habría cepas en el actual Pessac-Léognan dentro de algunos años. ¿Sus planes para el futuro? Irme de vacaciones al Bora-Bora y seguir luchando por la conservación de los mejores terruños para la viticultura. André Lurton La carrera de André Lurton comenzó en Château Bonnet, una cartuja con 30 hectáreas de viñedos en Entre-deux-Mers. André Lurton sigue viviendo en la habitación en que nació en 1924, y dirige un imperio de 630 hectáreas que produce anualmente alrededor de cuatro millones de botellas. “Entreprendre”, emprender, es su lema desde hace 60 años. En muchas administraciones, André Lurton ha participado activamente en la reconstrucción de Burdeos tras los años de crisis en la primera mitad del siglo. Actualmente es uno de los mayores productores de la denominación Pessac-Léognan, que fundó en su día. Las fincas que este dinámico vinicultor ha salvado de la destrucción se llaman La Louvière, Couhins, Cruzeau, Rochemorin, Coucheroy y Quantin. En Grézillac cultiva un vivero propio, en el que reproducen anualmente 200.000 cepas.