- Laura S. Lara
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- 2023-02-01 00:00:00
El rostro de David Janer nos resulta conocido. Le hemos visto en 'Compañeros', 'Los hombres de Paco' y, por supuesto 'Águila Roja'. Pero lo que no sabíamos es que su pasión por el vino se ha convertido en su próximo reto profesional.
Licenciado en filosofía, actor y apasionado del vino: ¿Cómo lo armonizas todo?
Pues con un mismo hilo conductor: la pasión. Desde siempre he intentando ser fiel a la máxima orteguiana que define la felicidad como la "coherencia con uno mismo". Esto es, tratar de hacer siempre aquello que más se ajusta a nosotros. De esta forma, primero me decanté por la interpretación, haciendo caso a una voz interior que así me lo dictaba; después, y gracias precisamente a los tiempos muertos que la vida del actor te obliga y ofrece, decidí aprovecharlos y revitalizarlos con mis otras dos grandes pasiones: la filosofía y el vino. Y aquí estamos...
¿Qué relación encuentras entre el vino y el cine?
En mi caso, la relación es sentimental, pasional. Me gusta lo que me brinda cada uno: placer, relajación, evasión, conocimiento, historia, tradición... Cine y vino son, y sin forzar demasiado a Baudelaire, dos de nuestros anhelados "paraísos artificiales", mundos en los que esperamos encontrar la belleza y la felicidad que aquí muchas veces se nos escapa u oculta. Siempre aspiramos a reanimar lo poético que hay en nosotros, es decir, a crear y buscar esperanzas y elevarnos hacia lo infinito; a ser mejores o, al menos, a sentirnos mejores. Tanto el vino como el cine suelen proporcionarlo, son poéticos en ese sentido.
¿De dónde viene tu pasión por el vino? ¿Qué te sedujo de este mundo?
En casa siempre hubo cierta cultura sobre el vino en torno a la mesa. Esa semilla germinó mientras estudiaba Filosofía al descubrir la fascinante historia que encerraba el vino para griegos y romanos. Era medicina, alimento, pero también veneno. Quien hacía de su uso un abuso se trocaba en bestia. Entonces se usaba como máquina de la verdad: quien con un consumo excesivo se comportaba mal demostraba la naturaleza oculta de su alma y no era digno de confianza. Se defendía su uso como inspiración divina y se consideraba un excelente medio de creación artística. ¡Como para no sentirse seducido por él!
¿Qué te ha llevado a querer dedicarte a ello de manera profesional?
Principalmente, la posibilidad de ir profundizando en el vino desde otra perspectiva. Tenía ya la visión histórica, filosófica, necesitaba la visión más práctica y hedonista. Después de haber estudiado sumillería en el CETT de Barcelona, mi interés sería poder aunar ambos mundos con un objetivo comunicativo. Sin dejar la interpretación, claro. De momento ando buscando el modo, el lugar, así que se aceptan ideas. Me veo realizando catas y/o contando la historia y la cultura del vino, su filosofía; resaltando su aspecto más lúdico y social, pero también incidiendo en su parte más cultural y sapiencial.
A nivel emocional, ¿cómo explicarías lo que significa el vino para ti?
Me pasa lo mismo que cuando me enfrento a otra de mis pasiones: la lectura. Acercarme a una botella de vino es como aproximarme a un libro. Siento la misma emoción, sorbo tras sorbo, que la que siento al ir deslizando cada página. El vino, como un buen libro, te ofrece un cúmulo de experiencias, tanto intelectuales como sensoriales. Vas descubriendo un mundo, una historia, unos sabores, unos olores; vas perfilando tus gustos, tu sensibilidad. Ambos ayudan a cultivar lo que Hume denominó la "delicadeza del gusto": nos vamos sensibilizando a lo mejor y más bello de la vida.
Si tuvieras que hacer un maridaje entre una película y un vino, ¿cuál sería?
No suelo ver cine con vino porque el vino lo disfruto comiendo. Lo que sí suelo hacer es tomarme un destilado o un fortificado con una buena película, preferentemente, de cine clásico. Entonces me suelo decantar, entre mis bebidas favoritas, por un Oporto, un Marsala, un Recioto della Valpolicella o dos de nuestros vinos dulces más maravillosos, el Pedro Ximénez y el Fondillón. Este, para mí, es el maridaje perfecto: cine clásico con lo más clásico de nuestra enología. No olvidemos que los griegos ya sentían una notable preferencia por el vino dulce...