- Redacción
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- 2013-01-01 09:00:00
Este vinicultor chileno produce uno de sus vinos en un antiguo campo de polo donde ya jugaba su padre. Pero él prefiere los deportes individuales como el tenis, el esquí o el montañismo. Actualmente está preparando su ascenso al Nevado Ojos del Salado.
«A su manera, cada uno de mis cinco antepasados de la familia de vinicultores Chadwick-Errázuriz ha marcado con su impronta la historia de la familia. Por ejemplo, mi padre, Alfonso, no solo fue vinicultor y hombre de negocios, sino también uno de los mejores jugadores de polo chilenos de su tiempo y capitán del equipo nacional. Nuestra residencia familiar en Alto Maipo, al sur de Santiago, estaba muy marcada por esta pasión de mi padre: había un campo de juego y una pequeña Hall of Fame en la que exhibía sus premios y copas. Solo después de su fallecimiento en 1993 convertí la residencia familiar en finca vinícola. Ahora, en un antiguo campo de polo, crecen Cabernet Sauvignon, Merlot y Cabernet Franc. Y uno de estos vinos del campo de polo, el Viñedo Chadwick del año 2000, aterrizó en el primer puesto de la primera gran cata comparativa en la que participamos, el 23 de enero de 2004, llamada Berlin-Tasting, quedando por delante de los premiers crus de Burdeos. Creo que mi padre estaría orgulloso de lo que hemos hecho con su campo deportivo.
Cuando en 1983 entré por primera vez en la finca familiar Errázuriz, mi padre dijo –probablemente a la vista de su doble carrera como deportista y como vinicultor– que en el futuro no sería posible estar en la cima en dos sectores tan diferentes. Por eso siempre he otorgado a nuestro proyecto vinícola prioridad absoluta. Aunque también me considero bastante deportista, prefiero los deportes individuales. Juego al tenis, pero me gusta mucho moverme en un entorno natural, por ejemplo esquiar y también el montañismo. En 2002 la subida al Aconcagua, el pico más alto de Sudamérica con más de 6.900 metros de altura, fue un momento muy especial en mi vida. Actualmente me estoy preparando para el ascenso al Nevado Ojos del Salado, el volcán más alto del mundo. Creo que la disciplina de centrarse en una meta y evaluar con exactitud todos los factores, tal y como se aprende siendo montañero, también me ha sido útil para la vinicultura.
Tengo el privilegio de poder configurar nuestro proyecto vinícola Chadwick-Errázuriz en una época muy especial. Tuve y sigo teniendo la suerte de vivir el momento en que nuestros mejores crus se miden con los grandes crus de Burdeos, la Toscana y California. Pero para ello también ha sido necesario un input del exterior: a partir de 1994, junto con la familia Mondavi, pude investigar con meticulosidad casi científica hasta llegar a saber cuál sería el mejor terruño posible para un vino chileno superpremium, el Seña. Con catas en las ciudades más importantes, también pudimos convencer de ello al mundo.
La próxima generación de la familia ya está demostrando ser algo fuera de lo común. Soy el orgulloso padre de cuatro hijas. La más joven aún va al colegio y las tres mayores estudian en la Universidad. Aún está por ver qué profesión elegirán. Pero para ellas, nuestras catas tienen la ventaja de que se celebran en algunas de las ciudades más hermosas del mundo. Y nunca es difícil convencer a mis hijas para que nos acompañen cuando su calendario lectivo lo permite. También la sexta generación de los Chadwick pondrá acentos individuales en nuestra historia vinícola familiar.»
Golpe a golpe
¿Qué se le ocurre a Eduardo
Chadwick cuando le dicen…?
Ceviche: Plato de pescado crudo, armoniza magníficamente con nuestro Sauvignon cool climate.
El Niño: Una vinicultura sostenible es la mejor respuesta a este fenómeno.
Carménère: Es la variedad que hace de nuestros vinos algo único.