- Redacción
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- 2020-02-28 00:00:00
Enclavada en un paraje único que va de los 750 a los 840 metros de altitud, en San Antonio de Requena (Valencia), se encuentra la bodega Chozas Carrascal, la materialización de un sueño que comenzó como una ilusión de niño.
Esa ilusión de un niño se convirtió en una realidad tan sólida que hoy en día no se concibe hablar del vino valenciano sin reconocer el trabajo artesanal de los vinos de esta familia. Julián López y María José Peidro son el origen y estandarte de esta aventura. Han tenido la suerte de que sus hijos María José y Julián López-Peidro, una segunda generación formada hasta la médula, han seguido sus pasos y actualmente llevan las riendas de esta empresa familiar. Juntas, estas dos generaciones han conseguido ofrecer no solo vinos extraordinarios muy vinculados a la tierra y a su propio origen, sino también trasladar todo lo que son a través de una bodega pensada para recibir al enoturista.
Adentrarse en la bodega es sumergirse en un laberinto de sensaciones donde se combinan la tradición y la modernidad, lo clásico con lo novedoso o el vino con el arte. A lo largo de la visita, es fácil encontrar pinturas, esculturas y detalles que recuerdan a la viña y a su gente, como también al vino y sus colores. Espacios amplios decorados con el más exquisito cuidado que invitan a olvidar lo cotidiano y dejarse llevar por los sentidos.
Al más puro estilo château francés, todo el proceso de elaboración se realiza en la finca, siguiendo las pautas de una agricultura ecológica y sostenible. Sus vinos son etiquetados bajo tres denominaciones de origen, que conviven en un mismo y único origen: Chozas Carrascal. Todas sus viñas se encuentran rodeando la bodega, lo que permite al viajero pasear entre cepas de Bobal, Garnacha, Cabernet Franc o Chardonnay acompañado por la fresca brisa del monte y su ensordecedor silencio.
La visita es un viaje en el tiempo en el que se pasa de los métodos y herramientas más modernas para la elaboración del vino hasta los rincones más secretos de una antigua casa del siglo XIX, donde ya se soñaba con los vinos de culto. El Cubo –una sala moderna, una estancia donde se recibe a los visitantes y que posee unas vistas espectaculares del viñedo– acoge un impresionante Museo de las Etiquetas, un proyecto llevado a cabo por otro apasionado del mundo del vino, Aurelio Vicente Abad, amigo de la familia y quien durante más de 25 años ha reunido cientos de miles de etiquetas de vino de todo el mundo.
El broche de oro de la visita lo ofrece la cata, que se realiza en un espacio elegante donde, sin prisas, los visitantes pueden deleitarse degustando el cava y los vinos de la bodega, así como su aceite de oliva, también ecológico. Una visita relajada de un poco más de dos horas, donde el tiempo se dilata y se expande entre sensaciones. Una experiencia exclusiva con un único objetivo: enamorar al visitante.