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La viña clama relevo

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  • Antonio Candelas
  • 2020-02-28 00:00:00

Corren tiempos difíciles para el campo. Al revuelo que estamos viviendo en las últimas semanas por culpa de los bajos precios de los productos en origen, hay que sumar la dificultad que existe para incorporar al sector primario gente joven con vocación agrícola. Nos hemos desplazado al campo manchego para conocer a cuatro jóvenes viticultores que, a pesar de la incertidumbre que se respira, confían su supervivencia a las viñas que antes que ellos trabajaron sus padres y mucho antes sus abuelos. Un ejemplo de valentía que puede servir de espejo para que muchos más jóvenes se sumen a este compromiso con las raíces y con el futuro del campo.



Sentimiento de pertenencia, pasión por el trabajo a pesar de su incuestionable exigencia y confianza en una tierra de la que han vivido sus padres y abuelos. Estos son algunos de los argumentos que los jóvenes agricultores esgrimen cuando explican por qué se quedan en el pueblo trabajando la viña de la familia. No deja de ser llamativo porque son reflexiones recogidas en un momento en el que la dificultad para encontrar mano de obra, los elevados costes de las explotaciones y los precios ruinosos con los que el mercado marca sus productos están poniendo contra las cuerdas un sector, el agrícola, del que en ningún caso podemos prescindir. Algo tendrá el campo cuando, a pesar de estos inconvenientes y de los que parece que se avecinan, existe un grupo de jóvenes cautivados y convencidos de que no pueden dejar pasar la oportunidad que se les brinda para revitalizar la tierra de la que han comido generaciones pasadas y ganarse la vida dignamente como viticultores.
El campo manchego está ocupado en gran parte por una viña que sufre de forma directa el reto demográfico. El abandono de majuelos en muchos casos viejos, que si nadie lo remedia acabarán siendo arrancados, o unas prácticas vitícolas pensadas para la mecanización del viñedo son algunas de las transformaciones que se están realizando debido a esa falta de mano de obra joven que tome el testigo. Aun así, desde el Gabinete de Prensa de la Consejería de Agricultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, nos indican que garantizar el relevo generacional en el campo es una prioridad del Gobierno autonómico. Para ello, los esfuerzos se han dirigido en fomentar esa incorporación a través de dos convocatorias en los últimos cuatro años para jóvenes entre 18 y 41 años. De esta forma, en este periodo de tiempo el campo manchego cuenta con 2.660 personas más, un tercio de las cuales son mujeres. En el empeño de dar visibilidad a la mujer en el sector agrario, el número de titularidades compartidas ha aumentado considerablemente, pasando de 28 en 2015 a 180 en la actualidad. Datos que albergan esperanza, pero que tendrán que afianzarse y traducirse en prosperidad para los pueblos manchegos.

Contra viento y marea
Quintanar de la Orden (Toledo) es la primera parada de una jornada que comienza con una niebla desconcertante. El día elegido para conocer el sentimiento que une a la viña a estos jóvenes en territorio de la D.O. La Mancha es el mismo que escogieron las organizaciones agrarias para manifestarse en Toledo por la problemática de precios en origen, que contrastan con los elevados costes que genera una explotación agraria, así como los desafíos comunitarios, como la nueva PAC, o los extracomunitarios, como el Brexit y los aranceles americanos que, lejos de calmar los ánimos, los enervan más aún por la incertidumbre que generan.
En la bodega Entremontes, anterior Cooperativa Nuestra Señora de la Piedad de Quintanar, nos reciben Álvaro Sánchez (30 años) y su padre Manuel Antonio Sánchez (60 años), dos de los más de 1.000 socios que componen esta sociedad cooperativa nacida en 1954. "Hubiera querido ir a la manifestación de esta mañana, pero estar aquí con vosotros es otra forma de reivindicar que el futuro del campo pasa por ayudar a la gente joven que se quiera incorporar", así de claro y enérgico se muestra Álvaro a nuestra llegada. Manuel Antonio empezó en la viticultura cuando tenía 20 años, aunque de más pequeño ya ayudaba a sus abuelos. No es hombre de muchas palabras, pero en su mirada se aprecian experiencia, cautela y seguridad a partes iguales: "Antes, los costes no eran tan elevados y con menos extensión de tierra se podía vivir. Además, los riesgos del tiempo y las plagas apenas existían. Hoy, entre la sequía y la superpoblación de conejo, es desesperante estar todo el año trabajando para que la cosecha no sea la que esperas por estos factores que no controlas". Eso sin hablar del precio al que se paga la uva. Tienen unas 40 hectáreas de viñedo. De ellas, 25 están plantadas en vaso y el resto en espaldera para facilitar la vendimia mecanizada. Casi todo es Airén, aunque tienen algo de Garnacha Tintorera y Tinto Velasco. Lo mejor es una parcela de 700 cepas de Airén en pie franco de unos 80 años. Unas uvas muy especiales cuyo precio, sin embargo, apenas difiere del de otras viñas.
Aquí el suelo es muy pobre y la lluvia es escasa. Las producciones son reducidas: "Aunque quisiéramos producir más, no podríamos porque los recursos son muy limitados". Álvaro sabe que en un suelo de estas características y en régimen de secano la uva es apreciada enológicamente, pero con los precios que se manejan es necesario producir algo más. En esta situación, la pregunta se formula por sí sola: ¿cómo se hace para lograr una rentabilidad de la viña si no existe equilibrio entre los costes de producción, el volumen de cosecha y el precio de la uva? Tan sencillo como duro, realizando ellos mismos todas las labores en la viña para reducir costes: "Dejamos las tijeras de vendimiar y cogemos las de podar hasta estas fechas". La única ayuda que se permiten es en la campaña de recolección, cuando urge ser rápidos para que la uva no sufra cualquier inclemencia meteorológica.
Álvaro acabó los estudios obligatorios y, como tantos otros jóvenes, comenzó su particular aventura como pintor en la construcción durante cuatro años. Aquella vida tampoco era para tirar cohetes. Salía de su casa a las seis de la mañana y regresaba a las ocho de la tarde tras una larga jornada en Madrid. A los 23 años hizo un módulo de Formación Profesional de Enología y a los 27 años se incorporó como agricultor. "A pesar de las dificultades, esta vida me gusta. No me cuesta madrugar y sé que tengo libertad de horarios", reconoce Álvaro, que tiene claro los pros y contras de una profesión que no deja de ser sacrificada. Esta apuesta por la vida de campo no la ven clara todos los jóvenes. Y nos da un dato sorprendente: de los 1.000 socios de la cooperativa, solo cuatro rondan los 30 años, una cifra alarmante, aunque hay que contar con que Quintanar de la Orden es un pueblo con buen desarrollo industrial que ocupa a una parte importante de la población joven.
Está claro que pagar mejor la uva es clave para que el sector mantenga un nivel justo de bienestar, pero ese aumento del valor de la uva se tiene que repercutir en el vino y la única forma es elevando el porcentaje de vino embotellado, que sigue siendo pequeño con respecto al de granel. Para ello es fundamental abrir mercado que absorba esa producción, una cuestión en la que están trabajando en Entremontes, pero que tampoco resulta fácil. Álvaro está convencido de que trabajar en esa dirección es la solución. Es consciente de que la inversión de recursos irá ligada a un gran esfuerzo, pero sin duda hará que el producto final tenga el valor que se merece. Un ejemplo de lucha y convencimiento por el desempeño profesional que ha elegido tomar.
 
Espíritu emprendedor
Próxima parada, Villarrobledo (Albacete). La niebla se ha disipado y el sol resalta los colores del campo manchego en esta época invernal. Tomás Jimeno padre (59 años) y Tomás Jimeno hijo (30 años) nos cuentan la historia de su familia, que ha sido capaz de reinventarse con los recursos que la zona le ha ido ofreciendo a lo largo de generaciones. Villarrobledo, con sus más de 25.000 habitantes, es una población en la que, aunque hay un importante tejido industrial y de servicios, la viticultura siempre ha jugado un papel fundamental, no en vano es uno de los municipios con mayor viñedo de la D.O. La Mancha.
Tomás padre es el que comienza con la tradición vitícola en la familia. Su abuelo era un afamado alfarero de la localidad. Podríamos decir que en su momento Villarrobledo fue la capital de la producción tinajera del país. La buena calidad de las vetas de arcilla que atravesaban la zona hizo que se desarrollara una actividad de la que muchas familias vivieron hasta que la industrialización llegó a las bodegas. A partir de ese momento, su padre no pudo seguir con el negocio de alfarero, cambiándose de sector y dedicándose a la taxidermia, una actividad que tuvo sus años dorados pero que igualmente acabó perdiendo interés. Es aquí donde comienza el gusanillo de la agricultura en Tomás: "Al principio empecé con una pequeña explotación de manzanos. Era casi como un hobby y, cuando me quise dar cuenta, la agricultura se había convertido en mi profesión".
Hoy lleva 30 años siendo viticultor. Tiene unas 50 hectáreas en propiedad y el que está tomando el relevo es su hijo Tomás, un joven que estudió un módulo de administrativo y que trabajaba en una oficina en la que la crisis sacudió fuerte, por lo que perdió el empleo. En aquel momento, su padre le ofreció una alternativa que abrazó con ilusión: incorporarse al campo y continuar con la tradición vitícola que él había comenzado. Cuando le preguntamos sobre cómo ve el futuro del campo en general y de la viña en particular nos responde con recato, pero con un tono de convencimiento: "Nadie puede predecir el futuro de un sector entero, pero el campo siempre estará ahí y forma parte de algo tan importante como el medio de alimentación de las personas. Todos comemos de la agricultura y de la ganadería. Atravesaremos vaivenes, pero no puede venirse abajo."
Llevan la uva a la Vinícola de Tomelloso. De las 50 hectáreas, todo es en espaldera excepto cinco hectáreas de una parcela de Airén muy antiguo. La visitamos y nos quedamos prendados de la maravilla que tenemos delante. Vieja, bien ubicada y ya con alguna que otra falta, prueba de que el paso del tiempo no perdona a nadie. Un patrimonio al que si no se da el valor que posee acabará siendo arrancado por la falta de mano de obra y porque las producciones de esas plantaciones son tan exiguas que apenas se cubren gastos con los precios que se manejan. "Somos los viticultores los que tenemos que dar valor a la viña, protegiéndola y haciendo de ella nuestra seña de identidad", piensa Tomás padre, que está seguro de que lo que nos hace diferentes es lo que nos hace avanzar. Una reflexión interesante que en más de una ocasión nos solucionaría algún problema que otro si la tuviésemos en cuenta. Ojalá este convencimiento cale en el sector y se reconozca el valor de lo distintivo.

La prudencia, valor seguro
La esbelta e impecable torre del campanario de la iglesia parroquial nos recibe kilómetros antes de llegar a nuestro siguiente destino: La Solana (Ciudad Real). A sus pies nos encontramos con Julián León (63 años) y su familia. Sus padres ya se dedicaban al campo, en concreto a la huerta, y él empezó a tomar contacto con el trabajo del campo en cuanto pudo ayudar a sus padres: "Toda mi vida ha estado vinculada al campo. No nací en la huerta de milagro, porque mis padres se iban de quintería durante varios días para cuidarla y en una de esas estancias podía haber nacido". Y es que antes las distancias eran más largas a lomos de una mula, por lo que las familias pasaban temporadas en la casa de campo cuando tocaba realizar las labores pertinentes. "Ahora los jóvenes van a las casas de campo a pasar el fin de semana de ocio", declara con humor.
Hoy tienen 150 hectáreas de viña, algo de cereal y olivo. El 70% del viñedo es en espaldera y el resto en vaso, donde el Cencibel (Tempranillo) y el Airén son mayoritarios. La huerta la acabaron dejando hace unos años: "Es más complicada para sacarla adelante. Hay que ser muy preciso en las labores. 42 grados de temperatura en verano no los soporta cualquier planta de la huerta. Sin embargo, la viña es uno de los cultivos que aguanta la escasez de lluvias y las elevadas temperaturas de la zona. Te puede dar más o menos uva, pero no te quedas sin planta. Además, los canales de distribución son más complejos en la huerta y no compensa por los gastos que conlleva".
José Manuel León (37 años) lleva ayudando a su padre desde bien pequeño: "Cuando era niño me iba con él a echarle una mano los fines de semana". No recuerda su niñez sin estar en el campo. Son socios de la Cooperativa de Santa Catalina de La Solana. José Manuel es consciente de la problemática que atraviesa la viña en aquella zona: "El mercado está pidiendo calidad, y eso es lo que hay que producir. Además, si no cumples con los parámetros de calidad acordados en la cooperativa, te penalizan, y obviamente esto al agricultor no le conviene. Aunque aquí, en esta zona, si no producimos estamos perdidos porque el precio sigue siendo el mismo. Se pide calidad, pero al mismo precio, y este es el problema. Para nosotros sería mas fácil producir menos y de mas calidad, pero si no se paga hay que elevar los rendimientos por hectárea".
 José Manuel y su hermano Jesús (23 años), otro relevo generacional dentro de la familia León Cañadas, piensan que para prestigiar el vino de La Mancha hay que tener confianza en el vino que se produce y que está hecho con uvas autóctonas de la zona: "No podemos seguir vinculando el nombre de la Airén a vino de baja calidad porque no es cierto". Son partidarios de destinar recursos para salvar esas viñas de Airén que llevan ancladas en el campo manchego décadas: "Hay que ofrecer diversidad al consumidor para que pueda elegir, pero sin castigar lo que nos identifica, lo que lleva con nosotros toda la vida".
Cuando tratamos el tema de la falta de relevo en el campo y la desafección por esta profesión es Manoli Antequera (36 años), mujer de José Manuel, la que nos da su punto de vista: "La imagen profesional que se da en una oficina, banco o clínica dentista es diferente. Y esa imagen pesa mucho. Existe un estigma hacia la persona que se dedica al campo como alguien poco formado. Por otro lado, el mundo es muy atractivo hoy en día. No es fácil pasarse varios días en el campo podando en esta época". Manoli se ha incorporado al mundo de la agricultura gracias a la titularidad compartida con su marido de la tierra que trabajan, un asunto importante que, según los datos, está funcionando en esta zona y que ayuda a la incorporación de la mujer a la agricultura.
Antes de continuar con la ruta, le pedimos a Julián que le dé un consejo a la nueva generación: "Mi abuelo insistía en que en el campo se debe ser prudente. Nunca sabes cómo va a venir el año y eso no te asegura unos ingresos. Hoy se vive al día y en agricultura esa forma de vida es muy peligrosa". Un sabio consejo, el de la prudencia, que sin duda se puede extrapolar a la vida misma.

La viticultura como vocación

El Provencio (Cuenca). Los representantes conquenses de este reportaje son nieto y abuelo. Dos generaciones de una familia donde la complicidad y confianza mutuas han sido las responsables de que el relevo llegue a producirse. Nos reunimos en las modernas instalaciones de Bodegas Campos Reales, cooperativa donde han llevado la uva desde siempre y que este año cumple 70 años. Jesús Sevilla (28 años) llega unos minutos antes que su abuelo, un tiempo que aprovechamos para que, con mucho aplomo, nos desvele el motivo por el que ha decidido quedarse en el pueblo llevando el viñedo de su familia: "Trabajando en la viña me encuentro a gusto conmigo mismo. Si mi padre y abuelos han vivido de la viticultura, ¿por qué yo no voy a poder hacerlo? Amigos del pueblo se han ido a la ciudad en busca de otras salidas profesionales o se han quedado para trabajar en otros sectores. A mí me retiene el orgullo de haber visto a mi familia vivir del campo. Yo aquí veo futuro. Además, aunque es duro, no es como antes". Tienen 20 hectáreas y desde los ocho años ha ayudado a su familia en la vendimia. Sabe lo que es agacharse y volverse a agachar para recoger el fruto de cepa y, aunque hoy la mayor parte de las plantaciones están en espaldera y se puede mecanizar la cosecha, no está de más haber vivido la parte más dura del campo. Además de curtir a la persona, es la prueba que te indica si tu vocación está entre viñas.
José Campos (83 años) es el abuelo, una persona con una vitalidad casi sobrenatural. El barro en las botas le delata. Como todos los días, se ha levantado a las siete de la mañana y ha ido al campo a echar unas horas para ayudar a su nieto. "Yo de joven también tuve posibilidad de dejar el campo y dedicarme a otras cosas, pero como me gustaba, y veía que si no continuaba, mi padre acabaría abandonando o vendiendo los majuelos. He permanecido aquí toda mi vida", asegura. Después de hacer la mili, echó la instancia para incorporarse a la Guardia Civil y se la aprobaron, pero al final renunció por un compromiso con su padre y la viña, una decisión tomada en una época donde las labores del campo requerían esfuerzos hercúleos. "La única tecnología que teníamos era una mula", asegura con ironía manchega.
José está muy orgulloso de su nieto. De los cinco que tiene, es el único que ha decidido continuar con el campo y le reconoce algo que antes no hacía tanta falta: tener una cabeza bien amueblada a la hora de administrar y gestionar la explotación por la cantidad de requisitos administrativos y gastos que conlleva porque "el que tiene el negocio a la intemperie corre un riesgo que siempre está ahí y con el que hay que saber vivir." Jesús escucha a su abuelo con atención y le ve orgulloso y satisfecho por la vida plena que ha vivido y eso es lo que mantiene viva la vocación agrícola que hará que permanezcan con vida otras cuantas hectáreas de viñedo una generación más.
Hasta aquí el retrato de cuatro jóvenes y valientes agricultores manchegos con las ideas claras y con la energía suficiente para comerse el mundo desde su explotación vitícola. Ninguno de ellos ha obviado la dureza y la incertidumbre de la profesión. Sin embargo, todos transmiten una vocación imperturbable, una confianza ciega en la tierra y una deuda de honor con sus padres y abuelos a partir de la cual se comprometen firmemente a continuar con un legado del que no solo vivirán ellos y sus familias, sino que formarán parte activa del desarrollo de la sociedad rural evitando que se resquebraje y desaparezca. El clamor del campo ha sido escuchado.

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