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El Riesling de las secuoyas River’s End

  • Redacción
  • 2002-04-01 00:00:00

Un jardín de ensueño en Hopland. Bahías desiertas y faros sobre una dramática mar gruesa. Árboles gigantes de tiempos bíblicos. Bohemios que plantan marihuana, y algunos vinos excelentes. Entre San Francisco y Mendocino hay un mundo del vino distinto de todos los demás. Un reportaje de viaje.

Cuando el día comienza con una mermelada casera tan increíblemente exquisita, uno se convence de que, en realidad, ya nada puede salir mal. La etiqueta reza «Gewürztraminer Raspberry Preserves». De elaboración biológica, como todo lo que produce Fetzer en Mendocino County. Este lugar paradisíaco se llama Hopland. Si el visitante piensa que su nombre sólo puede significar «País de la Esperanza», yerra. Porque nos encontramos en el «País del Lúpulo»: aún hoy sigue haciéndose allí la «Red Tail» al estilo tradicional inglés, una sabrosa cerveza de color amarillo dorado. El comerciante de maderas Barny Fetzer llegó a este lugar apartado, a 30 km. de la costa, un domingo de octubre de 1958 por la tarde. Vio el rancho abandonado de 300 hectáreas de extensión e inmediatamente se dio cuenta de que allí encontraría la paz interior que siempre había deseado. El edificio de la granja era viejo, hermoso y muy destartalado. Las lechuzas anidaban en la chimenea. Los rosales y lilas habían invadido el jardín, convirtiéndolo en una jungla. Barny estuvo soñando con ese lugar durante semanas, contando su fortuna, reflexionando. Una tarde de finales de otoño, cuando paseaba por los tranquilos meandros de Seward Creek, tomó su decisión. Compró el rancho y, junto a su mujer, Kathleen, que entonces esperaba su octavo hijo, se instaló en el paraíso. Allí aún habrían de tener tres hijos más. Durante los primeros años, vendimió y vinificó las uvas personalmente, ayudado por su gran familia. En 1976, la afición se convirtió en negocio y, finalmente, en una marca mundial. Barny murió en 1981, pero su yerno y actual Consejero Delegado de Fetzer, Paul Dolan, ha seguido perfeccionando este paraíso rural. Con sus 900 hectáreas propias, cultivadas bajo control biológico, Fetzer es hoy la mayor finca vinícola del mundo. Pero la filosofía de una consonancia integral con la naturaleza no se acaba en el viñedo. Allí sólo se trabaja con «Green Power», es decir, energía eléctrica solar o eólica. Las oficinas están construidas con lodo y madera, siguiendo antiguas técnicas. Para las etiquetas de las botellas de vino se emplea material vegetal que crece con rapidez. Pero lo más impresionante son las dos hectáreas de jardín orgánico, «Organic Garden», plantado en 1985. Pensado como «biblioteca viva de especies» para suministrar a los viñedos una alfombra verde de alto nivel, se ha convertido en un lugar místico lleno de árboles, arbustos y macizos. Crecen más de mil frutas, verduras, hierbas aromáticas y flores comestibles distintas, procedentes sobre todo de California y del ámbito del Mediterráneo. Hay 27 variedades de tomates, 18 de albahaca, e innumerables hierbas de la zona. Todo es comestible. Y no hay que perderse el placer de pasear descalzo por los caminos arenosos tras la puesta de sol, cuando cantan los grillos y los pájaros inician su concierto vespertino. El camino está jalonado por matas de espliego, fresco y perfumado, cuyo verdor se mezcla delicadamente con el de las otras matas, culminando finalmente en las copas de los impresionantes Valley Oak Trees. Sus troncos tienen innumerables hendiduras como cicatrices, en las que los pájaros ocultan en otoño sus reservas para el invierno. Uno se hunde en un mar de distintas tonalidades de verde e innumerables formas de hojas y pinochas, coge algunas fresas silvestres, mastica verbena de limón, fuerte y especiada, degusta el orégano violeta «Hopley's Purple Oregano» y se refresca el paladar con menta «Chocolate Mint». Es el sueño de cualquier jardinero aficionado, y quien se quede algún tiempo con Fetzer y pase la noche en la vieja granja llamada «Haas House», podrá aprender de John Ash, su director culinario, cómo se lleva al plato todo el espectro de sabores de este jardín. A la mañana siguiente, un granjero de Fetzer nos muestra en la finca Bonterra cómo se elaboran los preparados biodinámicos según las disposiciones de Rudolf Steiner: en un viejo cobertizo hay almacenadas docenas de cuernos, que serán rellenados de estiércol de vaca y enterrados luego durante medio año. Hacia el mediodía, el granjero de repente empieza a tener prisa por irse. No es extraño, pues es viernes, y quiere pasar el fin de semana con unos compañeros en un blocao a orillas de un afluente del Russian River, al que piensan ir remando en canoas. Van a pescar con mosca. Ya tiene preparadas la mochila, la vieja caña de pescar que ajustó su padre y una caja de Chardonnay, todo cargado en la parte de atrás de su furgoneta. «No hay nada mejor que estar allí sentado junto a la hoguera, por la noche, con una copa de buen vino y un pescado a la parrilla, a no ser que suceda lo de la última vez, cuando apareció un enorme oso Grizzly que quería participar de nuestra comida», relata.

La Alsacia de la Costa Norte
Su nombre recuerda el oscuro sonido de una canción misteriosa: «Taa-Bo-Tah» llamaron antaño los indios a un pequeño y apacible valle diferente de los demás: en lugar de extenderse de norte a sur, lo hace desde la costa hacia el este. Así, el aire fresco y neblinoso del Pacífico puede penetrar en él sin estorbo. Desde 1851, este valle perdió su sonoro nombre y se llama ahora, sobriamente Anderson Valley, en recuerdo de Walter Anderson, el primer colono blanco. La vía de comunicación de este pequeño mundo del vino encerrado en sí mismo es la estrecha Highway 128, que lleva también de vuelta a la costa, a Mendocino. El río Navarro ha horadado allí un paso profundo entre las colinas, y quien tenga tiempo, puede pescar en él. En el Hendy Woods State Park reinan las mayestáticas secuoyas gigantes (ver recuadro), que crecen en ese lugar desde hace más de mil años. A la sombra de estos aristócratas, en la penumbra de un mundo suspendido entre el día y la noche, crecen raros helechos y rododendros. Y bajo los pies, el colchón de pinochas que cubre el suelo desde hace siglos es blando y esponjoso. Las wineries del otro lado del río, la orilla norte, se parecen más a granjas que a bodegas. Debido al clima fresco del Pacífico, las variedades Riesling y Gewürztraminer se encuentran especialmente a gusto. Por eso, al Anderson Valley también se le llama la Alsacia de la Costa Norte. Hasta los años sesenta, allí sólo vivían pastores de ovejas y granjeros que cultivaban manzanas. Entre los vinicultores pioneros se cuentan Ted Bennett y Deborah Cahn. Ambos estudiaron en Berkeley durante los desenfrenados años hippies: él, química, ella, literatura. Después, Ted fundó una empresa de aparatos electrónicos, que más tarde pasó a la compañía discográfica CBS Records. Con el dinero de esta transacción, se dirigió hacia el norte con su mujer y, finalmente, descubrió Anderson Valley. Como fan de Alsacia, vio allí la posibilidad de producir elegantes vinos Riesling, pero sobre todo un rico Gewürztraminer, al que llama tan cariñosamente «Gee-whiz» que recuerda inmediatamente a los alsacianos pidiendo su «Gewürz». Amante del marisco del cercano Pacífico, ha creado también un Chardonnay acerado al estilo del Chablis, lo que habla en favor del savoir vivre de este hombre. Como verdadero bohemio, viste vaqueros, luce una barba ya canosa, y arrima el hombro en todo, tanto si hay que retirar palas de heces, como si hay que trasegar el vino. De vez en cuando se toma el tiempo de charlar con sus visitantes, lo cual es más probable si llegan conduciendo una furgoneta Volkswagen abollada. Entonces les cuenta que en Anderson Valley ya se produce más energía eléctrica solar de la que se consume. Sí, el sueño de la buena vida placentera efectivamente se ha hecho realidad en Anderson Valley. Una rara simbiosis entre un paisaje perfecto, vinicultores carismáticos y vinos excelentes. Y ya se ha corrido la voz. Por ejemplo, el propietario de la Casa de Champagne Roederer de Reims, Jean Claude Rouzaud, ha elegido este lugar para fundar una filial californiana, que hoy por hoy produce los mejores vinos espumosos de América.

La salvación del mamut
En el cercano Mendocino ruge el Pacífico salvaje lanzando altas olas de espuma contra la abrupta costa rocosa. El tiempo cambia cada pocos minutos. Pero eso no importa, porque los verdaderos amantes de la Costa Norte de todas formas prefieren pasear por la playa con jerséis de lana y chaquetas impermeables. A cambio, los restaurantes y hospederías suelen tener encendido un fuego en el hogar, que rápidamente disipa la humedad de los huesos. Esta pequeña ciudad costera, de aire esotérico con sus casas victorianas de madera y sus frondosos jardines de flores, también es un lugar donde sigue corriendo un aire de flowerpower y vida alternativa. Pienso por ejemplo en aquel freak, ya ligeramente canoso, que me recomendaba vivamente comprar el CD que él mismo había grabado con composiciones de sintetizador como «The Pharaoh On His Camel» («El faraón en su camello»). «Cambiará tu vida», me aseguraba a voces. El Café Beaujolais, del año 1893, una granja preciosa, como dibujada por la mano de un niño, invita a quedarse sentado. También allí la cocina se basa en productos elaborados orgánicamente. El solomillo de cerdo que pedí, por ejemplo, procedía del cercano rancho Niman, servido con salsa de higos frescos y puré de judías blancas. El pan, verdaderamente adictivo, se hace continuamente en horno propio de ladrillo. Esta costa verdaderamente incita a avanzar más y más hacia el norte, cada vez más solitario. Por ejemplo hasta la pequeña localidad de Stafford, donde en diciembre de 1997 Julia «Butterfly» Hill, que entonces contaba 23 años, subió a una secuoya de unos 60 metros, construyó una chocita arriba en la copa, a unos 55 metros sobre el suelo, y pasó 738 días sobre el árbol gigante para evitar que fuera talado por los trabajadores de la Pacific Lumber Maxxam Corporation. La historia de Julia Hill y su árbol, que bautizó con el nombre de Luna, dio entonces la vuelta al mundo y dejó claro que la belleza de esta costa también está amenazada.

Un porro frente al sol poniente
Pero ya es hora de regresar a los viñedos de Sonoma County. Por eso tomamos la Highway One en dirección sur. La carreterita es estrecha y se retuerce peligrosamente a lo largo de la accidentada costa. De tanto en tanto, se ven aparcadas furgonetas pintadas de colores y autocaravanas ya veteranas, cuyos propietarios pasan el día mirando al mar abierto, haciendo surf sobre olas respetables o haciendo volar cometas. Cuando el sol poniente inunda de luz rojo-amarillenta el cielo sobre el mar y se hunde lentamente en el Pacífico azul gris, en los rostros de estos habitantes de la Costa Oeste, aquí reunidos espontáneamente, se pinta una sonrisa satisfecha y callada. Y para celebrar esta hora, la más hermosa del día, no pocos encienden un porro. El espectáculo es tan impresionante que uno constantemente se siente tentado a hacer un alto más. Por ejemplo en el faro de Point Arena, que desde una roca elevada lanza su luz sobre el mar. O en Jenner, el diminuto pueblecito soñoliento donde el río Russian River desemboca en el Pacífico. Una casa de madera, sobre postes como un palafito, desafía a las olas: se trata de un confortable restaurante que lleva el nombre de «River’s End». Por las noches se convierte en lugar de encuentro de esa relajada comunidad que pasa los días en sus casas aisladas. Son esotéricos, escritores, aficionados al bricolaje o a la vinicultura, o antiguos hombres de negocios lucrativos, que ahora pasan el tiempo investigando cosas extrañas. En el bar, la tormenta de anoche siempre es tema de conversación más dilatada que los acontecimientos mundiales. Según el dicho, hay que irse en el mejor momento: Jenner brinda una magnífica oportunidad de abandonar esta franja de costa singularmente bella antes de que, conforme se va acercando San Francisco, pierda su encanto arcaico. Partiendo de Jenner, una carretera sigue el curso del Russian River en dirección este, que a los pocos kilómetros nos lleva de vuelta a la región vinícola. En Guerneville, es parte obligatoria del programa pasar una noche en el Applewood Inn & Restaurant. Este edificio de los años veinte rebosa encanto rústico-campestre. A sólo un tiro de piedra de allí está la reserva Armstrong Redwoods State Reserve, la última oportunidad de visitar los árboles milenarios. Es recomendable finalizar este pequeño viaje turístico de dos días por la Costa Norte en la ciudad de Sonoma, quizá la más bella de la región vinícola. Bares, tiendas y restaurantes se agolpan alrededor de la plaza central, donde sigue intacto el edificio de la misión española en la que el 4 de julio de 1823 algunos monjes franciscanos fundaron una nueva época: la de la vinicultura en la Costa Norte. Y la semilla ha germinado, porque a lo largo de los últimos años Sonoma County se ha convertido cada vez más en sinónimo de vino superior de California. En sus apartados rincones, los vinicultores trabajan calladamente, ajenos al ostentoso trajín extravertido de Napa Valley. Kistler Vineyards, Marcassin Vineyard y Peter Michael Winery producen hoy los Chadonnay más elegantes del Nuevo Mundo. La familia Martinelli impresiona con un Pinot noir pleno y unos Zinfandel inmensos (ambas variedades crecen en el Russian River), y Laurel Glen ha creado en las colinas cercanas a Glen Ellen, con su reserva del 90, una mezcla dominada por el Cabernet que hasta hoy, en lo que respecta a su complejidad, no tiene parangón.


En el interior de los árboles-catedral

«Permanecí dos días junto a los cuerpos de los gigantes. No había turistas ni grupos cacareantes con cámaras, y reinaba el silencio como en una catedral. Quizá su corteza, gruesa y blanda, se trague los sonidos. Los árboles se elevan hasta el cenit en vertical, no hay horizonte. La mañana continúa en penumbra hasta que el sol está muy alto en el cielo. Entonces, las hojas como helechos tiñen la luz del sol de verde dorado desde muy arriba y la parten en listones, o más bien en franjas descendentes de luz y sombra. Cuando el sol ha pasado su cenit, llega la tarde y pronto la noche, y el susurrante crepúsculo se prolonga tanto como la mañana.
Así cambia la división normal del día. El amanecer y el crepúsculo para mí son tiempos de descanso, y aquí, bajo los árboles mamut, casi todo el día es tiempo de descanso. Los pájaros se deslizan rápidamente por la penumbra o lanzan destellos como chispas al pasar por las franjas de sol, sin apenas producir sonido alguno. El suelo es un colchón de pinochas, depositadas desde hace más de 2.000 años. Sobre este espeso manto no se oye un paso. Me vi invadido por una sensación extraña, monacal. Se evita hablar, por temor a molestar. Pero molestar ¿a qué? Desde mi primera infancia he sentido que en estos bosques sucede algo en lo que yo no participo.
De noche, uno se ve rodeado por una negra oscuridad. Sólo en lo alto hay una mancha gris y, de vez en cuando, una estrella. Y en la oscuridad hay un aliento, pues estos seres gigantescos, que dominan el día y habitan la noche, viven y están presentes, y quizá sientan y posean alguna capacidad de percepción».

John Steinbeck en su relato «Mi viaje con Charley» sobre las secuoyas en la franja costera del norte de California.


«Los pájaros»

De haber continuado a lo largo de la costa en dirección sur, tras una media hora habríamos alcanzado la legendaria Bodega Bay. Aquí fue donde Alfred Hithcock filmara en 1963 su película «Los pájaros». Aún se alza allí el edificio escolar en el que a lo largo de unos intensos minutos de la citada película se congregan las aves. Después del film, el caserón sirvió como galería de arte, restaurante, «Bed and Breakfast» y teatro. Hoy es una vivienda. Hitchcock conocía muy bien las razones de un rodaje en medio de la salvaje belleza de la costa norte: en tan idílica naturaleza resulta más pavorosa la repentina irrupción del mal.


La Costa Norte: los mejores lugares

El valle de Sonoma, directamente colindante con el valle de Napa, cerca de San Francisco, tiene una buena infraestructura turística. Pero en cuanto se llega a las zonas vinícolas más apartadas del norte, en Sonoma y Mendocino County, la oferta de restaurantes y hoteles es cada vez menor. En compensación, el paisaje sigue intacto. Para viajar en coche a Mendocino desde San Francisco por la Highway 101 hay que calcular unas cuatro horas. El regreso por la Highway nº 1 que bordea la costa, espectacularmente hermosa, es algo más largo.

Sonoma County
Restaurant The Girl & the Fig
110 West Spain Street
Sonoma, CA 95476
Tel. 001 707 938 36 34
www.thegirlandthefig.com
Cocina clásica americana con acento francés. Precios razonables.
Restaurant Glen Ellen Inn
13670 Arnold Drive
Glen Ellen, CA 95442
Tel. 001 707 996 64 09
www.glenelleninn.com
Granja clásica en un jardín orgánico. Cocina californiana con influencias europeas. Pan y pasta caseros. Precios moderados.
Bistro Ralph
109 Plaza Street
Healdsburg, CA 95448
Tel. 001 707 433 13 80
Aquí se da cita el mundo del vino de Healdsburg. Fantástica carta de vinos, buena cocina, ambiente relajado.
The Sonoma Hotel
110 West Spain Street
Sonoma, CA 95476
Tel. 001 707 996 29 96
Fax 001 707 996 70 14
www.sonomahotel.com
Hotel recién remodelado, situado en la plaza central de Sonoma. Precios moderados. Buen restaurante (The Girl & the Fig).

Hotel Madrona Manor
1001 Westside Road
Healdsburg, CA 95448
Tel. 001 707 433 42 31
Fax 001 707 433 07 03
www.madronamanor.com
Un impresionante edificio que data del año 1881. Las nueve habitaciones instaladas en lo que fue la cochera tienen chimenea. Lujosa decoración con muchas antigüedades. Muy buen restaurante, que cultiva una cocina ligera, de inspiración mediterránea.
Ravenswood Winery
18701 Gehricke Road
Sonoma, CA 95476
Tel. 001 707 938 19 60
www.ravenswood-wine.com
Bodega conocida por sus excelentes vinos de Zinfandel. Sala de cata con chimenea y vistas a los viñedos. Abierta todos los días. Con cita previa, visitas guiadas por la bodega.
Simi Winery
16275 Healdsburg Avenue
Healdsburg, CA 95448
Tel. 800 746 48 80(número gratuito para llamadas desde los EE UU)
Fax 001 707 433 62 53
www.simiwinery.com
Afamada bodega con un centro para visitantes. Abre todos los días. Desde diciembre hasta marzo, visitas guiadas diarias (a las 11.00 y a las 14.00).
Kunde Estate Winery
10155 Sonoma Highway
Kenwood, CA 95452
Tel. 001 707 833 55 01
Fax 001 707 833 22 04
www.kunde.com
Vinos de Cabernet Sauvignon y Chardonnay, aunque también de variedades del Ródano. Diariamente se puede catar toda la paleta de vinos de la finca.

Mendocino
Fetzer Vineyards
Visitor’s Center
13601 East Side Road
Hopland, CA 95449
Tel. 001 707 744 12 50
Fax 001 707 744 14 39
www.fetzer.com
Huerta biodinámica. Cursos de cocina de «Wine & Food» (sobre todo productos de temporada) con el director culinario John Ash. Visita guiada por la bodega y la tonelería, en la que se manufacturan diariamente 150 barricas. Tienda de productos regionales. El centro de visitantes también dispone de diez habitaciones dobles, algunas de ellas situadas en el rancho, edificio construido en el siglo XIX.
Navarro Vineyards
5601 Highway 128
Philo, CA 95466
Tel. 001 707 895 36 86
Fax 001 707 895 36 47
www.navarrowine.com
Posiblemente la bodega más bonita de Alexander Valley. Hermosa granja construida con madera de secuoya. Terraza con vistas al viñedo y una sala de cata muy agradable. Vinos magníficos, sobre todo Riesling y Gewürztraminer.
Roederer Estate
4501 Highway 128
Philo, CA 95466
Tel. 001 707 895 22 88
www.roederer-estate.com
Jean Claude Rouzaud, el propietario de la Casa de Champagne Roederer en Reims, buscó desde Oregon hasta Monterey los mejores terruños para producir vino espumoso. Lo encontró a principios de los años 80 en Anderson Valley, cerca de Mendocino. Su L'Ermitage Brut Vintage, una Cuvée de Chardonnay y Pinot noir, está considerado como uno de los mejores vinos espumosos de California.
Hotel MacCallum House Inn
45020 Albion Street
Mendocino, CA 95460
Tel. 001 707 937 02 89
www.maccallumhouse.com
Antiguo chalé de madera, adornado con arabescos como los de los libros de cuentos. Interior confortable, gran chimenea en el vestíbulo. Magníficas vistas sobre la costa agreste. También dispone de bar.
Restaurant Café Beaujolais
961 Ukiah Street
Mendocino, CA 95460
Tel. 001 707 937 56 14
Fax 001 707 937 36 56
www.cafebeaujolais.com
Una verdadera institución en Mendocino desde hace ya casi 20 años. Cocina de mercado, productos frescos, gran selección de vinos, ambiente agradable. Todos los días hacen distintas variedades de pan en horno propio. Buena carta de vinos.
Rivers End
11051 Highway 1
Jenner, CA 95450
Tel. 001 707 865 24 84
Ambiente agradable, sostenido por postes de madera, dominando el Pacífico desde muy arriba, a mitad de camino entre Mendocino y San Francisco. Mariscos frescos y buenos vinos de la región. Por la noche se convierte en lugar de encuentro de los bohemios residentes en la zona. Jenner es un pueblecito precioso. Para pasar la noche, existen varios hostales privados encantadores del tipo "Bed & Breakfast".

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