- Redacción
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- 2001-11-01 00:00:00
Tiene los ojos muy vivos tras las gafas de montura fina. Y ante ciertas preguntas referentes a la fiebre del vino de culto, sus labios esbozan una leve sonrisa. Lo sabe todo acerca de estos turbulentos últimos años en Napa Valley, pues él también ha tomado parte en ellos como enólogo asesor. Pero se reserva su opinión muy discretamente. Debe ser de esas personas que piensan lo suyo, y no es de extrañar, porque este hombre tiene la carrera de Filosofía. Nació en Portland (Oregón), estudió después en California y llegó por primera vez a Napa Valley como turista en 1974. Un año después, volvió y encontró trabajo como ayudante en una bodega. «He fregado suelos y he embalado botellas. Creo que no hay trabajo en este valle del vino que no haya realizado en uno u otro momento», dice Soter.
Desde 1992 Soter tiene su propia bodega. Es una construcción estrictamente funcional, ni feudal ni «de diseño», pero eso no le preocupa. Es interesante que Tony Soter no haya decidido seguir con sus propios vinos el camino de los vinos de culto. Sencillamente, son demasiado elegantes para eso, demasiado sutiles, probablemente también demasiado franceses. Su bodega se llama acertadamente Étude. Para él no es sólo una palabra, sino una filosofía. Es una alusión a las composiciones homónimas para piano de Frédéric Chopin. El compositor polaco, en sus Estudios, llevó la técnica pianística hasta sus extremos y, a la vez, seguía sonando ligero y melodioso. Tony Soter tiene intenciones similares con el Pinot noir.
Ningún otro vinicultor del valle trabaja a un nivel tan alto tanto con variedades de la Borgoña como de Burdeos, ninguno logra que su diferente carácter se exprese con tan fina complejidad. Considera enriquecedor trabajar con los distintos terruños de Napa Valley, tanto el fresco Carneros junto a la bahía de San Francisco, adecuado para variedades de Pinot, como los cálidos viñedos de Cabernet en Oakville y St. Helena. Lo que aprende con el Pinot, también le sirve para el Cabernet, y viceversa, aunque esas dos variedades sean mundos diferentes.
Tony Soter no tiene viñedos propios, tiene contactos con viticultores escogidos a los que compra uva y en cuyos viñedos su opinión también tiene peso. Le parece tan importante la selección de clones de uva pequeña como una poda rigurosa. «Cuando se mantienen pequeñas las cepas, tienen menos hojas, y la acumulación de azúcar es proporcionalmente más lenta. Así se consigue un proceso de maduración ralentizado y, finalmente, más complejidad», dice. La fiebre por los viñedos inclinados, para Tony Soter, es comprensible sólo hasta cierto punto; él sigue prefiriendo comprar la vendimia de la zona intermedia, donde la llanura se encuentra con la ladera.