- Redacción
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- 2002-12-01 00:00:00
Milagro es, sobre todo, la pervivencia de este entorno fascinante, las altas laderas del Miño y el Sil, la tierra que trepa, pies en el agua, con el empeño de asomar su cabecita al sol. Y vaya si lo consigue. Pero ese es otro milagro, otra bendición, la de un sol tímido y tierno desbrozando neblinas, alegrando a lunares el verde homogéneo. Y madurando a capricho cepas benditas. Benditas por el trabajo que transformó pendientes inestables en sólidas terrazas, sin medir espacios, sin calcular rentabilidades, sin escatimar tiempos. Benditas por la feliz excusa que propició sus vinos, por el uso santificado de los caldos que da nombre el esta Ribeira Sacra. Parroquias, ermitas, monasterios y santones huidos del mundanal ruido sentaron aquí sus reales y plantaron aquí sus cepas para mayor gloria de la divinidad y su transustanciación y, de paso, para celebrar sus dones y soportar sus penitencias.
Vinos más cerca del cielo que de la tierra, y aún más cerca del sueño, el mito, la leyenda. Como ese Amandi que forma parte de la saudade gallega, el recuerdo, la añoranza de lo que nadie probó jamás, de lo que pudo ser, de lo que no... pero haberlo, haylo.
En torno a ese legendario Amandi ha nacido, por fin, hace menos de dos años, la novísima Denominación de Origen. Una vieja aspiración de los viticultores, las parroquias y las villas de la zona, una unidad o uniformidad difícil de plasmar e imposible de ser descrita en los parámetros habituales de hectáreas o variedades. Queda pues delimitada en cinco subzonas, Amandi, Ribeiras do Miño, Quiroga-Bibei, Chantada y Ribeiras do Sil. Son en total dieciséis municipios, seis en la provincia de Orense y diez en Lugo. Es la Galicia mas secreta y, para el visitante, la belleza más sorprendente, como la de esas barcas vendimiando desde el río, a falta de camino en la ladera pendiente.
Sobre estos vinos decía Cunqueiro “los blancos son de manzanas reinetas y los tintos de la clara violeta, alegres sueltos... Si en Galicia hubiera habido en el S. XVIII un Marqués de Pombal, hubiéramos tenido una Real Compañía de los Vinos del Sil. Los ingleses gustaban de ellos y durante doscientos años se los llevaron, con sus aguardientes. Por allí manda Amandi que dicen que gustó a Augusto. Yo, cuando el bimilenario, bebí un poco para ponerme a tono con la paz romana... Los quirogueses son vinos benitos, los monjes de Ribas de Sil los trajeron de la dulce Francia a sufrir el orvallo gallego y quedaron muy bien: calientes, gordezuelos, vivaces.. y su aguardiente, el mejor que haya para esa fantasía que llaman licor café.”
Las bodegas se enfrentan con las limitaciones de producción y la vendimia necesariamente manual, por razones de la orografía, de esas cepas que se escarpan hasta los 400 metros de altitud. Sin embargo se esmeran en lo que está en su mano, en las inversiones en tecnología, en mejora y modernización de las instalaciones y en apostar por la personalidad, por la diferencia. Algo que hasta ahora sólo era apreciado en el consumo regional y que sin embargo va imponiendo su sello y su valor fuera de las estrechas fronteras. Pero que respeta la estructura de las bodegas, tan pequeñas como numerosas.