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La nariz es uno de los primeros sentidos que nos permiten disfrutar de las virtudes o defectos de un vino, después de la vista. Con sólo olerlo su despliegue aromático nos suministra una información privilegiada para hacernos una idea más o menos cabal de lo que nos espera. En el caso de los blancos jóvenes, la nariz resulta fundamental pues es en ella donde mejor se refleja la casta de las cepas y el linaje de las uvas, convirtiendo la juventud en una excelente cualidad. Los aromas primarios son los que predominan en estos vinos. Proceden de las uvas e inundan la nariz con recuerdos a flores y a frutas. Son muy variados y ricos en sensaciones pero se volatilizan pronto. En ocasiones, para aumentar su potencial aromático se realiza una maceración pelicular. El mosto macera junto a los hollejos impidiendo la fermentación mediante tratamientos de frío. De esta manera se extrae de la piel de las uvas las moléculas aromáticas, con lo que se dota al vino de más cuerpo, más aroma y una vida más larga.