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Seguramente, en más de una ocasión hemos recurrido al vino rosado, víctimas de nuestra incertidumbre (¿blanco o tinto?) como medida urgente de compromiso para acompañar una comida. Lo cierto es que el rosado como tal disfruta de una serie de atributos que nos pueden sacar de más de un apuro. En el sabor se pueden apreciar dos estilos bien definidos: los de corte goloso, con restos de azúcar que se acentúan en la punta de la lengua, y los de final amargo agradable. Los primeros van bien con comida asiática por su toque picante que puede subsanar el leve dulzor y la fresca acidez, arroces melosos, marisco, patés o la carne de pollo a la parrilla o en su jugo. Para el otro estilo van bien unas chuletitas de cordero, no muy hechas, ya que el tostado puede pervertir el sabor final. Arroces, verduras, huevos estrellados, etc.