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Tintos de la Ribera del Duero: La ribera adolescente

  • Redacción
  • 2002-06-01 00:00:00

Poca madera y mucha fruta, quién lo iba a decir, pero así son los jóvenes vinos de la Ribera del Duero, una denominación de origen dinámica que se adapta a la época actual y a los mercados con admirable facilidad. Aquellos vinos contundentes y duros de los inicios, aquellos que había que domarlos a base de tiempo y botella, conviven, o dejan paso al menos, a otros con más sutileza, pulcritud y más fáciles de beber. Todo procurando ofrecer su clásica personalidad frutal y el sonoro sonido del roble que le ha caracterizado. Y es que ahora, en estos años, prolifera una fórmula que puede ser ideal en muchos sentidos: el vino joven con un leve o prudente paso por barrica. Esta alternativa es excelente para las condiciones actuales de la Ribera, donde las nuevas bodegas han proliferado como hongos en primavera (son ya ciento cuarenta y dos) además de sacar los vinos con cierto empaque, a pesar de tanta viña joven. El resultado es óptimo porque son vinos que reflejan una juventud madura, se pueden beber sin más ánimos que gozar de una tarde de merienda en donde las papilas se embriagan de sabores, y los gozosos aromas perfuman el ambiente.
En la Ribera del Duero, los grandes y afamados vinos son los que elaboran las grandes y míticas bodegas. Nos hemos privado de traer a estas páginas los Vega Sicilia, los Pesquera, Alión, Pedrosa o Arzuaga, bodegas que por ahora no elaboran este tipo de vinos, objeto de nuestro análisis. A cambio ofrecemos más de cincuenta tintos tocados con el leve soplo vivificador de la barrica de roble. Todo un récord.

En busca de la novedad
Pero por qué surge en la Ribera la moda de dotar de una tibia crianza a sus jóvenes tintos. Se me ocurren varias explicaciones. Desbravar las barricas nuevas, dar un poco de consistencia a los vinos para que aguanten algunos años -dos, tres o cinco incluso-, para los mejores, aquellos que se han elaborado con una materia prima saludable. Pero creo que una de las razones principales es la de poder cobrar por una botella de vino joven los seis, siete o hasta ocho euros, sin que a los comerciantes se les note excesivamente el rubor. Y no es que estos vinos sean innecesarios. Todo lo contrario. A mí me gustan cada vez más. Porque el exceso de madera -el que se ha llevado en España tradicionalmente- parecía mitigarse hasta alcanzar la prudencia y el equilibrio que todo buen elaborador debe buscar en sus vinos. Pero no sé por qué en los últimos tiempos arrecia el temporal de maderamen en todas las comarcas que se precien de tener posibles, casi manías de nuevos ricos. ¿Que la madera nueva y francesa, irremediablemente muy cara, es buena para los vinos? Pues a llenarlos de especias, tostados o taninos secantes hasta que se les salgan por los tapones. Así hemos regresado a aquel punto de partida, en el que se vuelve a saturar a los pobres vinos del viejo “gusto español”. Más limpias las narices y más caras las especias, pero exceso de madera al fin. La gran mayoría de estos jóvenes aspirantes a crianzas, afortunadamente, poseen la medida prudente y agradable del equilibrio fruta/madera.

Todos los gustos están servidos
Si entramos en las profundidades de la Ribera, podemos apreciar un cambio en la filosofía de ciertas bodegas. Ya no desean exhibir los habituales potentes bíceps en forma de taninos. Algunos enólogos consiguen que la Tinta del país ofrezca generosa su finura, y que los consumidores gocemos de una lograda integración de la barrica, base imprescindible para realzar la fruta. Sirva el ejemplo de Finca Resalso, de Emilio Moro, el novato pero singular de Martín Berdugo, el paso de boca excitante del vino de Briego, el difícil equilibrio del Sastre de este año, o la magia aromática del López Cristóbal. Alguno nuevo viene con intenciones de escalar a lo más alto, como la bodega Valle del Monzón y su elegante Hoyo de la Vega. En cuanto a los de corte tradicional, nos encontramos con la boca contundente del Rodero, el poderoso Pago de los Capellanes o el excelente equilibrio del PradoRey, el cuerpo del Melior, la rotundidad del Valdolé de Cachopa, el halo mágico del Montegaredo, la estructura del Zalagar, y, en fin, bastantes más que no puedo traer a estas escasas líneas. Afamadas bodegas de otros lares han echado raíces en La Ribera con bastante fortuna: Marqués de Valparaíso, de Paternina, o Valdubón, del grupo Freixenet, son un buen ejemplo.
Alguno se preguntará qué hacen en esta fiesta vinos con más tiempo en barrica, como es el caso del Condado de Haza, o el Torre Silos. Verdaderamente son de otra guerra, elaborados con la mentalidad de hacer un crianza y sacarlos al mercado pronto, para que el consumidor, a la manera de los franceses, pueda disponer y gozar de ellos cuando considere necesario. Nos hemos guiado en que llevan la misma contraetiqueta que los demás, y son tan pocos... Hemos pulsado exhaustivamente la Ribera en sus vinos de moda. Más de 60 pasaron por nuestras papilas, y la mayoría mostró una calidad más que aceptable. Y al igual que ocurre en la viña del Señor, algunos son excepcionales y otros no alcanzan todavía la altura necesaria.

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