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CAMBIO CLIMÁTICO: «Y a continuación, las noticias del tiempo»

  • Redacción
  • 2007-12-01 00:00:00

El tiempo se ha vuelto loco, y los vinicultores también lo acusan. Pero no todo es malo en el cambio climático. Sólo hay que actuar a tiempo. Texto: Jochen Siemens A veces, no es más que una pequeña información en un periódico que hace referencia a un tema muy amplio. Así, recientemente se publicó que el Gobierno del land Hesse había decidido apoyar un proyecto piloto para el riego de viñedos en la zona de Rüdesheimer Berg. ¿Perdón? ¿Riego por goteo para el vino alemán? Claro que hemos oído cosas sobre el riego por goteo para las plantas en el desierto de Neguev y sobre la irrigación de las viñas en el Central Valley de California o al pie de los Andes argentinos. ¿Pero en Rüdesheim, al norte del Rin y de la Drosselgasse, célebre calle repleta de bares y restaurantes? Pues así es. Tampoco en esta región están libres del calentamiento constante y de los fenómenos climatológicos erráticos, y los responsables buscan incansablemente soluciones para minimizar los efectos previsibles del cambio climático integrándolo en sus cálculos. Además de las anotaciones de los agricultores, los análisis de los cilindros del hielo extraídos de profundas perforaciones hechas en las capas de hielo de los glaciares en las regiones polares ponen de manifiesto que las fluctuaciones del clima son un fenómeno periódico de nuestra Tierra. Pero pensar que se puede olvidar el tema y pasar ya al orden del día sería una negligencia. Porque no hay que ser un genio para darse cuenta de que, desde la Revolución Industrial del siglo XIX, la humanidad está emitiendo a la atmósfera de manera prácticamente explosiva los gases de los combustibles fósiles acumulados en el planeta durante millones de años. Ya están sonando las alarmas: desde el reciente informe de las Naciones Unidas sobre el cambio climático global (IPCC), se están intentando estimar los peligros y ofrecer soluciones. El cambio climático afecta especialmente a la agricultura, y más sensible aún es la viticultura, no sólo por la ya de por sí estrecha franja que en nuestro planeta ofrece las condiciones climáticas adecuadas para la viticultura, sino también por la singular conjunción de clima y estructura del suelo en una situación geográfica determinada. Y es que un Château Lafite únicamente se puede hacer en los suelos de Pauillac cercanos al río Gironda, que ha depositado allí sus sedimentos desde tiempo inmemorial. Si empieza a hacer demasiado calor allí para la Cabernet Sauvignon y la Merlot, por citar únicamente dos variedades, aunque éstas se puedan trasladar a regiones climáticas más frescas, sería, lógicamente, imposible llevarse el suelo, y por lo tanto el vino se perdería. La frontera se desplaza Pero ni siquiera hace falta que se trate de algo tan dramático. También los pequeños cambios pueden tener un efecto significativo. No hay más que pensar en las corrientes de aire frío que soplan de noche en algunas viñas, que determinan el carácter del vino; o en el número de días de niebla en los valles de los ríos, que puede provocar la metamorfosis de toda una región. Según la mayoría de los pronósticos de numerosos científicos nacionales y extranjeros, en los próximos cincuenta años la zona de cultivo de la vid en el hemisferio norte se desplazará entre 150 y 300 kilómetros hacia el Norte. Lo mismo ocurrirá en el hemisferio sur en la dirección contraria. ¿Quién iba a extrañarse del interés de las casas de Champagne por los suelos de greda de Inglaterra? En esta evolución, lo bueno y lo malo están muy próximos. En estos últimos veinte años, el calentamiento progresivo sin duda ha favorecido a la viticultura en las regiones templadas. Los estudios realizados en 27 regiones vinícolas han demostrado que el aumento de dos grados centígrados en la temperatura media en los últimos cincuenta años ha beneficiado sustancialmente a la calidad de los vinos. Pero si el calentamiento continúa, como vaticinan todos los pronósticos, esta evolución derivará negativamente. En los próximos cincuenta años, las temperaturas seguirán aumentando (por ejemplo, se prevé un incremento de alrededor de tres grados en Portugal). Así, en las regiones vinícolas más cálidas, la situación empezará a ser crítica. Será verdaderamente imposible que los vinos obtengan una buena estructura ácida o mantengan sus aromas característicos. En las regiones cálidas, el elevado peso del mosto y los altos valores de alcohol ya están dando más de un quebradero de cabeza. Pero la técnica ayuda: el vino se transporta en camiones cisterna a instalaciones adecuadas y allí se reduce su nivel de alcohol. y se vuelven a mezclar con vinos base muy pesados. Con esto se consigue elaborar vinos con un moderado porcentaje de alcohol. Previsión del tiempo: incierto Si estos modelos evolutivos fueran estables, los vinicultores del mundo podrían actuar en consecuencia. Pero lo que complica el asunto es el carácter errático de los cambios que se prevén. Parece ser que un verano como el del año 2006 será más característico de la evolución del tiempo en un futuro previsible que el tan caluroso verano de 2003. Recordemos que en 2006, a una primavera fresca siguieron las semanas de calor en junio. El mes de julio fue el más caluroso desde 1985, y agosto, el más fresco desde hace veinte años. Le siguió el mes de septiembre más cálido desde hace sesenta años y un pequeño diluvio a principios de octubre. Tal veleidoso yo-yó del tiempo más bien será la regla que la excepción. Si en el futuro hubiera que abandonar algunas regiones vinícolas, mientras surgen en otros lugares nuevos viñedos y fincas, se plantearían cuestiones culturales de gran alcance. ESCENARIO: ALICANTE Lucha por el agua Alrededor de la ciudad costera de Alicante, el turismo y la agricultura devoran cada vez más agua, a la vez que aumenta el calor y la sequía. En los últimos diez años, el nivel de las aguas freáticas ha descendido de 200 a 700 metros. ¿Se avecina una guerra del agua? 43 grados. Incluso los grillos han perdido las ganas de cantar. El sol achicharra la tierra roja. Pero la palabra “tierra”, ¿qué significa allí? Aquello es un desierto. Una fina arena rojiza reverbera hasta el horizonte. Los lugareños la llaman “Terra Franco”. Es un escenario de película del Oeste. Sólo faltan los cactos y algún que otro pistolero mexicano con su típico sombrero. Por este paisaje camina un hombre con sus ovejas. Parece venir de ninguna parte. Se llama José Luis. Nos cuenta que, antes, era vinicultor. Pero cuando la sequía empezó a recrudecerse, incentivado por las primas por arranque de cepas ofrecidas por la UE, decidió abandonar. Atribuye la sequía a las circunstancias más peregrinas. Por ejemplo, al gran número de aviones a reacción llenos de turistas que atronan ese desierto con sus maniobras de aterrizaje hacia el cercano aeropuerto de Alicante. Asegura que los aviones espantan las nubes que traen la lluvia. El frágil ecosistema del Levante español amenaza con desplomarse. Durante siglos, en este lugar han sabido gestionar la poca agua de modo que alcanzara para todos. Pero ahora, que escasea cada vez más, se percibe menos ese sentimiento de solidaridad. El auge del turismo en la costa exige más y más agua. Al fin y al cabo, los hoteleros no quieren estropear, con medidas de ahorro, las vacaciones de sus clientes. Pero también quieren su parte los productores de frutas y verduras. Sus monocultivos sólo son rentables, en cuanto a volumen de cosecha, si se riegan abundantemente. Hace tiempo que la viticultura funciona como un ecosistema autárquico. Sobre todo las viejas cepas de Monastrell (variedad idéntica a la Mourvèdre del sur de Francia) se habían adaptado al árido entorno. Hunden sus raíces en el suelo, hasta llegar a las profundas capas de lodo que retienen el agua. Por ello estas vides son capaces de producir vinos equilibrados incluso con un calor extremo y un volumen de precipitaciones mínimo, de 150 milímetros por metro cuadrado y año. Este tipo de viticultura sólo es posible con cepas en cultivo extensivo y podadas en vaso (vides en arbusto), y una densidad de plantación de 1.500 plantas por hectárea. La cosecha es diminuta, pues 4.000 kilos por hectárea y año ya es mucho. Pero la sequía también tiene una ventaja: no hay ningún problema con la podredumbre ni con las enfermedades provocadas por hongos. Menos es más Hace unos diez años, la vinicultura en Alicante empezó a caminar por derroteros más bien cuestionables. Supuestamente atendiendo a las exigencias del mercado, algunos vinicultores arrancaron sus viejas viñas de Monastrell y plantaron viñedos modernos. Pero plantaron mucho más, hasta 6.000 plantas por hectárea y en espaldera (la mayoría, siguiendo el sistema Guyot), y eligieron mayoritariamente variedades de moda. Por añadidura, todos estos nuevos viñedos se riegan artificialmente por goteo. Así se han podido duplicar las cosechas: hasta 8.000 kilos por hectárea. Y como la mayoría de los viticultores venden sus uvas a las cooperativas dominantes allí, también han duplicado sus ingresos. No es de extrañar que en los últimos años cada vez más vinicultores hayan adoptado el cultivo de regadío, más lucrativo. La consecuencia es que las vides ya no crean raíces tan profundas para llegar a las capas húmedas del suelo y dependen totalmente del riego. Como el preciado líquido se extrae del suelo con bombas, las aguas freáticas, que hace sólo diez años se hallaban a una profundidad de entre 100 y 200 metros, han descendido hasta 700 metros en algunos casos. La batalla por el agua entre las distintas administraciones, la industria del turismo, la agricultura y la viticultura, es cada vez más encarnizada. Pepe Mendoza, vinicultor de Alicante, asegura: “Ya hay guerras por el petróleo. Si no se crean reglamentaciones vinculantes con toda celeridad, pronto ocurrirá lo mismo con el agua.”

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