- Laura López Altares
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- 2020-07-20 00:00:00
Flexible, ligero, ignífugo, reciclable, casi inmortal. Pocos materiales cuentan una historia tan fascinante como el corcho. El sempiterno compañero del vino lleva la resiliencia tatuada en su dura piel: es la corteza del alcornoque, su protección contra los incendios, una armadura que se extrae cíclicamente y que se vuelve a regenerar una y otra vez durante los más de 200 años que vive el árbol. Su hábitat, los bosques alcornocales, son una importante fuente de biodiversidad, y actúan como barrera frente a la desertificación y el cambio climático. Además, la industria corchera, una de las más sostenibles del planeta, ayuda a fijar a la población rural y dinamiza la economía local.
Nace de una herida (indolora), sobrevive al fuego, su elasticidad no tiene comparación y es prácticamente eterno, incorruptible. Podría tratarse de la descripción de un héroe, pero el protagonista de esa fascinante historia es tan terrenal como el bosque en el que hunde sus raíces. El corcho es uno de los materiales más sostenibles que existen, y su personalidad es el reflejo del poderoso árbol que le da vida: el alcornoque –Quercus suber L.– posee la hipnótica y doliente belleza de aquellos que se sacrifican por un bien mayor, y su propia existencia está determinada por esa salvaje capacidad de supervivencia. Su gruesa y durísima corteza de corcho, una posible adaptación evolutiva, es una suerte de armadura ignífuga de células suberizadas que lo protege contra los incendios. Su capacidad de autorregeneración tras el fuego y la saca –o extracción– del corcho es un auténtico milagro, y esa segunda piel que lo envuelve se puede extraer varias veces en su larguísima vida (puede llegar a más de 200 años). Como explica Amorim –la mayor empresa corchera del mundo– en su espectacular libro The Cork Book: "El ciclo del corcho es rítmico y misterioso, nueve años de cosecha en cosecha [es lo habitual en Portugal]. Para el alcornoque, cada final es un nuevo comienzo". Este longevo y poético árbol, que comparte linaje con encinas y robles, es una fuente de vida en sí mismo: de sus bellotas se alimentan los animales que habitan en los bosques alcornocales (un auténtico manjar para los cerdos ibéricos) y, además de jugar un papel fundamental como fuente de biodiversidad, también desempeña una labor decisiva como barrera natural frente a la desertificación (previene la erosión del suelo) y el cambio climático (una hectárea de alcornocal puede retener casi 15 toneladas de dióxido de carbono al año; y un tapón de corcho, 112 gramos).
Actualmente hay 2.277.000 hectáreas de alcornocales –según datos de la Iniciativa Cork–, y la producción de corcho se localiza en la península Ibérica (Portugal concentra casi un 50% y España más del 30%), generando más de 10.000 empleos directos en el sector del corcho y unos 7.000 en los bosques.
El principal uso del corcho en nuestro país es la fabricación de tapones (de las 70.000 toneladas al año que se producen, un 80% se destina a este fin) para el cierre de vinos –el 70% de las botellas de vino y el 92% de las de cava se cierran con tapones de corcho, intensa relación que se remonta al siglo XVII–; pero también se utiliza como un escudo aislante térmico (¡incluso en los cohetes!) y acústico, en los campos de fútbol, para hacer barcos, muebles, artesanía, calzado, tablas de surf... y hasta obras de arte.
Fuente de biodiversidad
Pero antes de materializarse en cualquiera de estas formas, el corcho vive una apasionante epopeya que comienza en el corazón del bosque. El ecosistema en el que se origina es uno de los focos de biodiversidad más importantes del planeta, con más de 200 especies animales (algunas de ellas en peligro de extinción, como el lince ibérico o el águila imperial) y más de un centenar de especies vegetales por kilómetro cuadrado. En España, el alcornocal se concentra principalmente en tres zonas: Extremadura, Andalucía y Cataluña.
"Los alcornocales españoles se caracterizan por estar moldeados por el hombre y el uso del ganado a lo largo de milenios, dando lugar al ecosistema de la dehesa en Extremadura y Andalucía, más biodiverso que el resto de alcornocales: en la dehesa están presentes algunas de las especies emblemáticas para la conservación de la naturaleza a escala mundial", destaca Joaquín Herreros de Tejada Perales, presidente de Asecor –Clúster del Corcho de Extremadura, en el que están representados todos los eslabones de la cadena de valor del corcho–. Para Joaquín, las diferencias entre Extremadura y el resto de zonas productoras de corcho radican tanto en sus circunstancias históricas como en su evolución empresarial: "Extremadura cuenta con una superficie de unas 250.000 hectáreas, el 34,5% de toda la masa de alcornocal de España. Proporciona un corcho de excelente calidad, siendo además un sector de arraigo en nuestra sociedad. Esta característica hace que las empresas de la región tengan un mejor acceso al aprovisionamiento de corcho, por la cercanía a la materia prima y la compra directamente en el campo".
En Cataluña, donde se concentra la industria corchera, los alcornoques se sitúan en bosques más densos, fríos y montañosos, de difícil acceso, y la extracción del corcho se realiza cada 14 años. Joan J. Puig, presidente de AECORK –Associació d'Empresaris Surers de Catalunya– y portavoz de la Iniciativa CORK (un interesante proyecto de divulgación, información y promoción de toda la cadena de valor corchera), señala que "los alcornocales son uno de los ecosistemas con más biodiversidad del planeta. Para extraer el corcho no se daña al árbol y, además, después de la saca ese árbol absorbe entre tres y cinco veces más dióxido de carbono". También apunta al valor que suponen los alcornocales para la economía y el medio rural: "En el sur de la península Ibérica representan una fuente de ingresos muy considerable, y regiones como Extremadura tienen una economía fuertemente ligada al sector corchero y a la gestión y preservación de las dehesas, hogar de los animales de raza ibérica".
Subericultura heroica
En el Parque Natural de la Sierra de Espadán, en Castellón, se encuentra otro singular reducto de alcornocales –de los pocos del mundo que crecen sobre areniscas rojas– cuya accidentada orografía no permite acceder con maquinaria. Adolfo Miravet Segarra, gerente de Espadán Corks (empresa familiar de artesanos del corcho especializada en la elaboración de tapones para vinos tranquilos), nos explica el proceso de extracción del corcho que realizan, totalmente artesanal: "Tenemos tres mulos para subir y bajar el corcho. La accesibilidad es muy difícil debido a las elevadas pendientes, con caminatas de más de una hora. Producir en esta zona es cuatro veces más costoso que en Extremadura o Andalucía, porque además la corteza crece lentamente y el corcho se saca cada 14 años en vez de cada nueve como allí: ¡lo que hacemos es subericultura heroica!".
Armados con hachas, estacas de madera y una paciencia infinita, los sacadores extraen las duras planchas de corcho, que se trasladan a lomos de los mulos hasta el camión que las lleva a la fábrica: "Si la corteza se quita en el tiempo correcto y con manos expertas, no le creas ningún mal al árbol: es como un corte de pelo, como esquilar a las ovejas. Pero tiene que hacerse cuando toca y con las personas que saben, porque puedes hacerle heridas que, aunque no lo van a matar, pueden debilitarlo al ser una posible entrada de hongos e insectos". En Espadán Corks gestionan su propio alcornocal desde hace cuatro generaciones, extraen el corcho, producen el tapón y se lo venden directamente a las bodegas (sus principales clientes están en Rioja y Priorat), lo que los diferencia de sus competidores: "Prácticamente no quedan empresas que hagan todas las fases", destaca Miravet. El proceso de fabricación es muy complejo y atraviesa diferentes etapas: oreación, preparación del corcho, troquelado del tapón, selección y clasificación, tratamiento y acabados. La cata sensorial es uno de lo momentos decisivos, y solo los mejores tapones pasan el exhaustivo control de Espadán: "De cada 100 kilos de panas de corcho natural, únicamente pasan a ser tapón comercializable de siete a ocho kilos". Un total de más de 10 millones al año, con unas características muy especiales: "Es un corcho único, de muchísima calidad y con una densidad excepcional, especialmente indicado para largas crianzas en botella", concluye.
Como señala Joan J. Puig, presidente de AECORK, "lo más interesante del proceso del corcho es que se lleva a cabo íntegramente en España, del árbol a la botella. Y en cada uno de los procesos rige el mismo compromiso por el respeto hacia la materia prima".
La producción en el campo supone un doble desafío para el sector corchero: "Mantener la producción a largo plazo y mejorar la operación de saca utilizando nuevas tecnologías", apunta Joaquín Herreros de Tejada Perales. El presidente de Asecor también resalta los valores ambientales y sociales unidos al corcho: "Su explotación es una forma de lucha contra la desertificación y la despoblación de zonas rurales", subraya.
Guardianes de los aromas
Diam, líder mundial en la fabricación de tapones de corcho tecnológicos (venden 2.300 millones al año y están presentes en 68 países), define ese cierre del vino como "el último acto enológico del viñador". Su creación se atribuye al famoso monje benedictino Dom Pierre Pérignon en el siglo XVII: el hallazgo fortuito de ese tándem perfecto formado por la botella de vidrio y el tapón de corcho fue clave para su invención del método champenoise, y cambiaría para siempre la historia del vino (y del mundo).
"El corcho es un material natural que presenta características técnicas muy interesantes en términos de elasticidad, impermeabilidad y durabilidad. Ese atributo natural es una ventaja enorme frente a otras soluciones en este momento en el que vivimos una sensibilidad ambiental y social creciente", explica Dominique Tourneix, director general de Diam, que actualmente desarrolla actividades de recuperación del alcornocal y compra en torno al 20% de la producción mundial de corcho (su principal fuente de suministro es la península Ibérica): "Un porcentaje similar de los tapones que fabricamos respecto a la totalidad de los tapones de corcho del mundo". Los tapones de Diam –conocido con el bonito sobrenombre de guardián de los aromas– garantizan, según nos cuenta Tourneix, una neutralidad sensorial absoluta, ofrecen una gama de permeabilidades que se adaptan a las necesidades de cada vino y aseguran un envejecimiento homogéneo: "Hemos creado un departamento enológico cuyo equipo de expertos se dedica exclusivamente a estudiar la interacción entre los cierres y los vinos que tapan", recalca. En los últimos años, la industria del corcho ha actualizado sus procesos para suministrar soluciones de cierre seguras, sin riesgo de desviaciones sensoriales en el vino: "El nuevo desafío de la industria es ser capaz de suministrar cierres que tengan propiedades estructurales homogéneas que permitan obtener una evolución similar para cada botella de un determinado vino", señala. Otro reto importante al que se enfrenta el sector corchero es la competitividad respecto a los otros tipos de cierre: "Aunque el corcho presenta una ventaja a nivel medioambiental, el precio de la materia prima es entre tres y cuatro veces más caro respecto al plástico o el aluminio. La industria corchera tiene que compensar este inconveniente con más valor añadido y competitividad industrial".
La Iniciativa Cork destaca que el 95% de los españoles prefiere vinos y cavas tapados con corcho, y que un 80% escoge marcas con las que comparten valores, sobre todo de sostenibilidad: "Cuando una bodega escoge tapar con corcho está dando un mensaje muy claro a sus clientes: su preocupación por el medio ambiente y por trabajar con una industria sostenible y local. ¡Pocos cierres pueden presumir de tantas cualidades!", afirma Joan J. Puig.
Segundas vidas
El sector del corcho se ha consolidado como un eficiente modelo de economía circular: la industria aprovecha los subproductos generados de la fabricación y reciclaje de los tapones de corcho, que además conserva la mayor parte de las propiedades que tuvo en origen: "Un tapón usado no puede volver a utilizarse para tapar un vino, pero hay distintos ejemplos de su uso", comenta Puig. Uno de ellos es un proyecto del Instituto Catalán del Corcho –una de las instituciones que forman parte de Iniciativa Cork–, que está produciendo alcorques para ciudades con tapones triturados y resinas naturales. Como también apunta Joaquín Herreros de Tejada Perales, "existen iniciativas, la mayoría locales, que gestionan su recogida y acopio para ponerlos a disposición de la industria que los procesará a posteriori". Uno de estos proyectos de reciclado de tapones de corcho es Recycled Cork, nacido en julio del 2018 a raíz del proyecto Azalea de la Universidad Politécnica de Valencia. Joaquín Edo, impulsor de la iniciativa, nos comenta las dificultades económicas del proyecto, aunque sigue adelante con la recogida de los tapones almacenados en contenedores especiales a través de su asociación ecológica sin ánimo de lucro, Biosocyr: "Es una pena perder lo que se ha hecho, y sigo con el proyecto". Actualmente busca colaboradores entre bodegas, ayuntamientos, restaurantes... y nos cuenta ilusionado que acaba de recibir una llamada del restaurante Santceloni. Con los tapones que consiguen (550.000 en seis meses) se hacen sandalias recicladas y reciclables –una colaboración con la marca de calzado vegano Vesica Piscis–, y a aquellos que no se pueden reciclar por ser sintéticos se se les da un uso social donándolos a residencias de ancianos para hacer manualidades.
Como explica Dominique Tourneix, "hay ciertas dificultades para la gestión del reciclaje de los tapones, que tienen que ver con los propios sistemas de gestión integrados, o incluso dudas con respecto al precio del reciclaje y el impacto ambiental en relación a su tamaño". Hoy por hoy, el porcentaje de tapones reciclados es casi testimonial, y por tanto un gran reto para el sector.
De la armadura del alcornoque a la posibilidad de varias vidas futuras (algunas de ellas en el espacio): así es el ciclo sempiterno del corcho, digno de una saga épica: "Probablemente es el elemento más mágico", dice Josep Roca en The Cork Book. Y cuánta razón.