- Antonio Candelas
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- 2023-08-30 00:00:00
La planta de la vid tiene la fascinante capacidad de establecer fuertes vínculos de pertenencia entre las personas y el territorio rural. Estamos acostumbrados a fijarnos en hermosos relatos de personas aguerridas que cumplen sus sueños vitícolas en el pueblo que las vio nacer defendiendo las variedades que sus antepasados cultivaban o dando vida a viñas defenestradas por las que correteaban de pequeños. Pero existe otra realidad quizá menos romántica, aunque tan emocionante o más que la anterior. Son historias que nos hablan de la valentía de enfrentarse a lo desconocido renunciando al acomodo familiar para ganarse la confianza y el respeto de su nueva patria chica. Ejemplos de adaptación, humildad y gestión del talento. Así son algunos de los hijos adoptivos de nuestro vino.
"Es emocionante sentir el cariño de Requena"
En la década de los noventa, si querías aprender la profesión de enólogo, Requena era el lugar idóneo. Pablo Ossorio, natural de Ponferrada, no tenía 20 años cuando aterrizó allí para convertirse en un enólogo importante, pero, sobre todo, en un ilustre requenense.
Aunque Requena fue su principal escuela y Valencia un lugar de vino de posibilidades infinitas, el Bierzo caló bien hondo en un joven talentoso que se debatía a veces entre ser piloto de avión y locutor de radio. Pero aquellos veranos de juventud se alargaban haciendo sus primeros pinitos en la cooperativa de Ponferrada, que le acabó conquistando. Curiosamente, el enólogo de aquella cooperativa, Luis Maique Soler, un requenense afincado en el Bierzo, le animó a estudiar en la escuela de Requena. Acabados los estudios a principios de los noventa, aprendió a desenvolverse en el sector gracias a una experiencia muy enriquecedora entre Italia y Argentina para recalar en Bodegas San Alejandro, en Calatayud, como primer enólogo fijo de la cooperativa, señal inequívoca de la importancia que la figura del enólogo profesional comenzaba a tomar en el sector.
Este periplo tiene como destino Bodegas Murviedro, en Requena. En 1997 llega como adjunto a la Dirección Técnica. "Por aquel entonces se embotellaban 3,8 millones de botellas, al cerrar mi etapa allí, en 2014, la bodega aumentó su embotellado hasta los 20 millones de botellas", declara Pablo. Estas cifras no son más que el resultado de una mejora del producto basada en la clasificación y selección escrupulosa de la uva y en su revalorización. Pablo siempre recuerda con cariño que el crecimiento mutuo entre él y Murviedro se basó en una relación de confianza profesional que hizo que prosperara de aquella manera un proyecto centrado inicial y fundamentalmente en el granel, tal y como mandaba la actividad vitícola de la zona por aquellos años.
Ese crecimiento y confianza en la zona le impulsaron a crear en 2006 Bodegas Hispano+Suizas, su proyecto personal en el que apostaría por vinos premium con un espacio amplio reservado al cava de alta gama. Fue a partir de 2014 cuando cedió el testigo en Murviedro para dedicarse en exclusiva a su proyecto sin dejar de asesorar enológicamente a multitud de proyectos en España de todo tipo y condición.
Pablo se formó académicamente, ha desarrollado buena parte de su labor profesional y formó su vida personal en Requena, y todo ello le ha llevado a recibir uno de los reconocimientos más emotivos que se le puede conceder a un requenense. El pasado mes de agosto ha sido el Mantenedor de la Reina de la Fiesta de la Vendimia de Requena. "No se me ocurre mejor forma de explicar cómo me han acogido a lo largo de estos 32 años", cuenta conmovido.
Como bien dijo en su emocionado discurso, "uno no es de donde nace ni de donde pace, sino de donde labra". Y Pablo lleva muchos años trabajando para y por el desarrollo vitícola de Requena, aportando valor y siendo un verdadero dinamizador cambiando el paradigma de la zona, borrando estigmas injustos y rompiendo techos que hace no tanto parecían imposibles de romper.
"Dar rienda suelta a la creatividad es la clave"
Chipionero y biólogo. Enrique Andrades habla a las viñas viejas de Tempranillo del páramo de Ribera de Duero con un deje gaditano que, lejos de desubicarlas, las mantiene exultantes, porque la viticultura no entiende de acentos.
Cuenta Enrique que tras acabar la licenciatura de Biología en Cádiz y haber mostrado un cierto interés por la enología, decidió estudiarla con más entusiasmo que convencimiento. Pero no le hizo falta más que una clase de sus nuevos estudios para darse cuenta de que el vino iba a marcar su camino profesional. Lo que no podía imaginarse era que el lugar de trabajo de los próximos años se encontraría a 750 kilómetros de distancia de su tierra, sobre todo sabiendo que Cádiz es uno de los destinos enológicos más codiciados de nuestro país por sus infinitas posibilidades. Sin embargo, en Bodegas Resalte, ubicada en Peñafiel, corazón de la Ribera del Duero, lo acogieron con la confianza necesaria para poder desarrollar un trabajo libre y creativo solo condicionado por las características tan diferentes que cada añada puede ofrecerle.
Para calentar motores, estuvo compaginando las vendimias de la Ribera con las del cono sur durante dos campañas. Chile fue el destino y le sirvió para adquirir y ordenar conocimientos. "Durante esos dos años vivía en un permanente verano", afirma con esa predisposición al buen tiempo que a todo chipionero de raza le corre por las venas. Y lo dice porque, si hay algo a lo que no termina de acostumbrarse, es a lo lejos que queda la playa cuando anda por tierras castellanas. "Eso y el carácter tan diferente entre unos y otros, pero lo primero pesa más porque la solución por ahora no es inmediata", comenta con cierta guasa.
Entre los retos más importantes que se le plantearon fue el de establecer vínculos de confianza entre los viticultores de la zona y el forastero que llegaba con la intención de comprar la uva con un acento extraño con el que poco o nada estaban familiarizados. Hoy, después de 16 años en Peñafiel, se considera uno más de la familia vitícola de la Ribera del Duero. Cierto es que por su forma de hablar pronto sabes que muy de allí no es, pero ha sabido acoplarse y desplegar sus conocimientos enológicos y científicos de su formación para conseguir vinos de una gran expresión territorial. Eso sí, siempre con un guiño a su origen. "La uva del primer vino que elaboré en Resalte procedía de suelos calizos y fueron criados en barricas de 500 litros" Dos elementos comunes con el Marco de Jerez.
Es inevitable preguntar sobre su tierra a nivel enológico a sabiendas de que es una de las Mecas del vino de nuestro país. "Me atrae mucho el Moscatel de Chipiona, porque está desapareciendo debido a los problemas de precios y a la falta de relevo que existe. Creo que sería muy interesante elaborar uno seco siguiendo las líneas de elaboración de hoy en día, lo que pasa es que el tiempo está tan loco que las vendimias de allí y de aquí (Chipiona y Peñafiel) están cada vez más juntas.
El rigor profesional de Enrique y su conocimiento lo han llevado a adaptarse a una zona muy exigente por las condiciones y el prestigio que atesora, pero jamás ha perdido el carácter que imprime el lugar de nacimiento, y eso siempre es positivo para todos.
"La gestión de la viña en Ibiza es de otro mundo"
¿Alguien podría imaginar que en la bella isla Pitiusa un gallego pudiera estar al frente de un proyecto bodeguero tan singular como Ibizkus? A David Lorenzo (O Rosal, Pontevedra) le van los retos y la Ibiza vitícola es uno de los más apasionantes.
Ganarse la confianza del payés ibicenco es algo tan cotidiano que David lo tiene asumido dentro de su labor. "Aquí las anécdotas son diarias, desde acordar la compra de uva a través de un apretón de manos en el bar del pueblo sin un documento firmado de por medio hasta no saber qué te vas a encontrar al llegar a una parcela en cuanto a variedades de uva". Cuando hablamos con David, a las puertas del mes de agosto, estaba a punto de empezar a vendimiar. En su conversación ya adivinábamos esa energía que entra cuando llega la hora de cortar la uva. Aunque ahora controla unas 50 parcelas de viña todas diminutas, llegó a trabajar con más de 80 en 2018. Todo ese trabajo de selección para no perder el foco de su misión es el que le ha hecho reducir el número de viñas. La idea de vino de este gallego en Ibiza se basa en contar ese punto salvaje que tiene la viña en esta isla.
Antes de aterrizar en la isla, David se formó enológicamente en su Galicia natal, donde comenzó a hacer sus primeras incursiones profesionales para después ir adquiriendo experiencia en la elaboración en lugares tan apasionantes como el Bierzo o Priorat. Con este bagaje llegó a la más extensa de las Pitiusas, más conocida como destino turístico que por su vocación vitícola. "Cuando llegué en 2010 a Ibizkus, era un proyecto pequeño con el que se podía pensar en grande", afirma orgulloso David. La particular estructura agrícola y rural de la isla, la cultura vitícola casi inexistente y un viticultor cuya labor es prácticamente de autoconsumo suman fuertes emociones a una labor ya de por sí compleja por el clima tan difícil de la isla para la vid. "Lo verdaderamente único en Ibiza es la variabilidad genética que existe. Aquí no todo es Monastrell, existe una amplia gama de variedades que estamos analizando con paciencia y, por supuesto, encontramos viñas plantadas en pie franco sobre suelos arenosos". Interesantes afirmaciones que sin duda hacen de Ibiza un destino maravilloso también por su potencial vitícola.
Como a todo buen gallego, le pudo el afán de conocer nuevos horizontes y descubrir territorios apasionantes. "Tenía dos opciones: casarme, tener hijos y perro, o aprovechar la energía que nos concede la juventud para explorar otras posibilidades personales y profesionales", reconoce con retranca.
Con todo, David no duda de que le gustaría volver a su tierra y elaborar vinos cerca de su querido O Rosal. "Lo haré cuando Ibizkus esté completamente asentado y pueda permitirme ausentarme, hoy es complicado" asegura. Lo dice porque está al frente de prácticamente todas las labores de la bodega, desde la viticultura de las parcelas, las negociaciones con los viticultores, labores enológicas... Pero sabe perfectamente qué es lo que le gustaría elaborar en tierras gallegas. Entre sus preferencias destacan las variedades tintas, como la Sousón, Caíño Largo o Castañal, con el granito como suelo predilecto y privilegiado de aquellas latitudes.
Ojalá tras Ibizkus y la mano de David, hijo adoptivo de la preciosa isla, Ibiza sea mencionada cada vez más por sus vinos. Un impulso agrícola que merece la pena favorecer.
"Un anuncio de periódico cambió mi vida"
Casi por casualidad, Montserrat Molina, natural de Girona, cruzó la Península para comenzar su carrera profesional en Barbadillo. Más de un cuarto de siglo después, se puede escribir su nombre en la historia de una bodega abrazada siempre a la innovación.
El caso de Montserrat es uno de los más llamativos no solo por las curiosas herramientas que a veces utiliza la vida para ponernos delante las oportunidades, sino por la bonita relación que se ha construido entre esta catalana sobria, inteligente y encantadora, y Bodegas Barbadillo, un icono en el Marco de Jerez por historia y por la genética innovadora e inconformista del apellido Barbadillo.
Si echamos la mirada 26 años atrás, nos encontramos con una joven de Girona recién licenciada en Farmacia por la Universidad de Navarra, con una incipiente pasión por el vino que la llevó a cursar un Máster en Viticultura y Enología mientras trabajaba como farmacéutica a media jornada. Sus primeros pasos enológicos los dio en una bodega del Alto Empordà aconsejada por uno de los profesores del Máster. Un relato razonablemente normal hasta que cayó en sus manos un anuncio de periódico (el LinkedIn de la época) en el que Barbadillo buscaba personal para poner en marcha y desarrollar el departamento de I+D. Y aquí comienza la historia de adopción profesional que ha llevado a Montserrat Molina a ser la enóloga y directora técnica de Barbadillo. "El reto era enorme porque no tenía conocimiento de vinos generosos y los 200 años de historia de la bodega imponían, pero la ilusión y la generosidad del equipo de bodega hicieron que desde el principio me sintiera muy cómoda en el proceso natural de aprendizaje", reconoce Molina.
La llegada de Montserrat a Barbadillo a las puertas del siglo XXI tenía como objetivo profesionalizar el espíritu emprendedor que a lo largo de la historia ha acompañado a la familia Barbadillo. Se encargó de poner orden en la creación de procesos innovadores para que fueran eficaces y no se perdiera conocimiento por el camino; en definitiva, se pasó de una estructura de trabajo tradicional a una adecuada a los tiempos.
"La facilidad de trato y la amabilidad de la gente de aquí me ayudaron mucho en el proceso de adaptación profesional, pero también personal", aunque Montserrat también reconoce comportamientos cotidianos que no entendía y que con el tiempo los ha ido incorporando a su día a día. "Me costaba asumir la lentitud con la que los sanluqueños conducían por la calle, ahora soy una más hasta en eso".
Llama la atención la maravillosa puesta en escena que Barbadillo ha desarrollado en el mercado a lo largo de estas últimas décadas a través de todas sus elaboraciones, más allá de los generosos tradicionales que todos conocemos. Y todo ello como consecuencia de un magnífico trabajo de exploración de las posibilidades disponibles con la mirada siempre puesta en el futuro, pero también recuperando trocitos de historia que conviene no olvidar. Gran parte de ese crecimiento ha sido posible gracias a las brillantes ideas que se han forjado en la mente de Montserrat, orgullosa hija adoptiva de la familia gaditana, sanluqueña y, cómo no, de Barbadillo.