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Ribeiro, paraíso infinito entre viñas y ríos

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  • Antonio Candelas
  • 2024-09-11 00:00:00

Al oeste de la provincia de Ourense se da uno de esos milagros de la naturaleza que la hacen grandiosa. El Ribeiro está definido por la confluencia de tres ríos, Miño, Avia y Arnoia, con sus respectivos valles. Un paisaje delicioso, verdaderamente conmovedor, trazado por caminos y senderos que sortean terrazas de viñas y donde es común encontrar molinos de agua y puentes antiguos, reflejo de una economía rural que ha estado ligada al agua y a la viticultura durante siglos. Desde los múltiples miradores naturales que se esparcen por toda la comarca, podemos comprobar a través de unas panorámicas espectaculares cómo el curso de los ríos y las extensiones de viñedos han creado un bellísimo paisaje único, paradigma del perfecto equilibrio entre el capricho de la naturaleza y la destreza del ser humano.


Pocas regiones vitícolas de nuestro país como la Denominación de Origen Ribeiro tienen un interés tan desbordante tanto a nivel paisajístico y patrimonial como enológico. Quizá la respuesta a esta descomunal riqueza tiene que ver con que el vino siempre ha estado íntimanente ligado al desarrollo de la sociedad rural de esta comarca y, por ende, ha participado en el diseño del entorno. La llegada de los primeros monjes a estas tierras en plena Edad Media fue el germen de esta actividad que, con sus altibajos a lo largo de los siglos, ha llegado a nuestros días en un momento de excepcional esplendor que no debemos dejar de disfrutar.
En los monasterios de San Clodio, Oseira o Melón podemos encontrar vestigios de aquella época remota donde comenzó todo. Unos siglos más tarde, en 1594, en plena ebullición vitícola de la comarca, se publicó en el municipio de Ribadavia –donde aún se conserva una hermosa judería digna de visitar– una Ordenanza Municipal por la cual se regulaba el cultivo de la vid y la comercialización de vino. Una suerte de protodenominación de origen que nos habla de la necesidad que tenían ya por aquel entonces de proteger la actividad vitícola del Ribeiro.
Aunque la viticultura siempre participa en el dibujo del paisaje, en el caso de la Denominación de Origen Ribeiro los valles de los ríos Miños, Avia y Arnoia acogen a los viñedos en un entorno que parece hecho a medida para el cultivo de la vid. El río Avia, con sus aguas cristalinas, refleja los cielos cambiantes de Galicia, mientras serpentea entre los viñedos que parecen abrazarlo desde las laderas de los exuberantes montes. Más allá, el Miño y el Arnoia completan ese juego de agua y granito dando vida a un ecosistema donde la naturaleza y la mano humana crean una simbiosis privilegiada.
Esa diversidad de orientaciones, exposiciones y altitudes orquestadas por el paciente discurrir de los tres ríos es uno de los valores diferenciales del Ribeiro. Sin embargo, el suelo arenoso de origen granítico (sábrego) es otro de los secretos de sus vinos. Su textura y riqueza mineral aportan una acidez vibrante y una pureza excepcional a las uvas que influyen directamente en el carácter de los vinos. Las raíces de las cepas se hunden en esta tierra absorbiendo sus nutrientes, pero también la esencia misma del Ribeiro, que se ha ido depositando a lo largo de su historia.

El valor del minifundio extremo
Uno de los rasgos más distintivos de esta región es su viticultura minifundista. El minifundio es una característica agraria predominante en muchas regiones de Galicia, y la Denominación de Origen Ribeiro no es la excepción. Esta estructura vitícola, basada en la fragmentación de la tierra en pequeñas parcelas, tiene profundas implicaciones tanto para la producción vitivinícola como para la sostenibilidad del modelo económico y social en la región. Aquí, el cultivo de la vid no se realiza en vastos campos homogéneos, sino en pequeñas parcelas, muchas de ellas de propiedad familiar, que han pasado de generación en generación. Este minifundismo no solo define el paisaje, con sus viñas dispersas en terrazas cuidadosamente construidas, sino que también influye profundamente en la calidad y la singularidad de los vinos que se producen. Cada pequeño viñedo tiene su propia historia, su propio microclima, y aporta una contribución única al vino final.
Como ya hemos visto, los viñedos del Ribeiro se encuentran en una variedad de orientaciones, exposiciones y altitudes que, combinadas con los suelos graníticos característicos de la región, crean un terruño inigualable. Las terrazas, o socalcos, escalonan las laderas aprovechando las líneas de nivel de los montes para aprovechar al máximo la luz del sol. Esta disposición en terrazas es un testimonio del ingenio y la dedicación de unos viticultores que, durante siglos, han aprendido a trabajar en armonía con la tierra para extraer lo mejor de ella. Una forma de cultivar la viña que no favorece en abosluto la concentración parcelaria de otras regiones.
Según los datos que maneja la Denominación de Origen Ribeiro, en la actualidad hay inscritos 1.607 viticultores, los cuales cultivan unas 1.300 hectáreas de viña. Estos datos arrojan un reparto medio de tan solo 0,8 hectáreas por viticultor. Una superficie de viña exigua que a su vez estará con toda probabilidad dividida en parcelas aún más pequeñas.
Si bien es cierto que esta realidad propone varios desafíos al viticultor que afectan a la competitividad y rentabilidad del cultivo, el minifundio tiene ventajas objetivas que pueden ser aprovechadas en el contexto actual. En un mundo donde los consumidores valoran cada vez más el origen llevado a sus últimas consecuencias, la autenticidad y la calidad de los productos, las pequeñas explotaciones del Ribeiro pueden capitalizar su singularidad a través de esta forma de gestionar la viña. La fragmentación de la tierra favorece una producción más artesanal y permite un mayor control sobre la calidad del vino.
En términos de sostenibilidad social, la viabilidad económica de estos pequeños viñedos es crucial para evitar el abandono de la tierra y la despoblación rural, fenómenos que ya están afectando a otras zonas rurales de España. Por eso, el minifundio en el cultivo de la viña en la Denominación de Origen Ribeiro es un fenómeno diferencial que refleja la historia y la identidad de esta región. Aunque presenta desafíos significativos en términos de competitividad, sobre todo ofrece oportunidades únicas para destacar en un mercado globalizado que adolece de singularidad. Y es que, en última instancia, el minifundio no es solo una cuestión agraria, sino un aspecto fundamental del paisaje cultural y social del Ribeiro, cuyo valor trasciende lo meramente económico, siendo esencial para la preservación de una forma de vida que ha dado forma a la región durante siglos.

Treixadura y mucho más
Entre las variedades que florecen en este paraíso vitícola, la Treixadura se destaca como la gran protagonista. Esta uva blanca, con su piel dorada y sus aromas delicados, es la esencia del Ribeiro. Los vinos elaborados con Treixadura son frescos, elegantes y con una acidez perfectamente equilibrada. En el paladar, ofrecen notas frutales que evocan a la manzana verde, la pera y los cítricos, pero también un toque floral y balsámico interesante. La Treixadura es el alma del Ribeiro, una cepa que refleja a la perfección el carácter de la región: su frescura, su riqueza y su capacidad para sorprender.
La Treixadura es una uva que se adapta bien al clima atlántico con influencia continental, matizado extraordinariamente por estar enclavado en una concatenación de valles. La zona experimenta inviernos suaves, veranos cálidos y una pluviometría concentrada sobre todo en los meses de invierno y primavera. Este clima favorece una maduración gradual, permitiendo que la uva desarrolle una acidez equilibrada y una buena concentración de aromas.
Se desarrolla óptimamente en suelos de textura arenosa o franco-arenosa, con buen drenaje y ricos en minerales. Los suelos graníticos, comunes en el Ribeiro, son ideales para esta variedad, ya que contribuyen a la frescura y a la sensación de mineralidad del vino.
Para que nos hagamos una idea de la preponderancia que tiene esta uva en el contexto vitícola de toda Galicia, la Treixadura es la segunda variedad más plantada. Su racimo es alargado, de compactación media y uvas de forma ligeramente elíptica. Es sensible a la altitud y a las exposiciones poco soleadas, así como a la sequía y a las enfermedades criptogámicas como el oídio y el mildiú.
Descritas las cualidades de la uva principal del Ribeiro y las características climáticas y de relieve, no parece casualidad que se haya convertido en la reina de esta región. Todo parece diseñado para que la Treixadura haya encontrado en este rincón de Ourense las condiciones perfectas para desarrollar todo su potencial aromático: la Treixadura aporta una estructura elegante, una acidez equilibrada y un perfil aromático distintivo que la convierten en la piedra angular de los vinos del Ribeiro. Sin embargo, el verdadero encanto de esta región no reside únicamente en esta uva, sino en la forma en que se combina con otras autóctonas, como Loureira, Caíño Blanco, Torrontés, Lado, Godello o Albariño, para crear un mosaico enológico lleno de matices y complejidad.
La Loureira, conocida por su intenso perfil aromático, es una uva que aporta frescura y expresividad a los vinos del Ribeiro. Su nombre deriva del laurel, planta con la que comparte ciertos aromas. En los ensamblajes, la Loureira complementa a la Treixadura con notas florales y herbáceas. Esta combinación no solo enriquece el perfil aromático de los vinos, también añade una dimensión de frescura, haciendo que los vinos sean más vibrantes y complejos.
La Caíño Blanco es una variedad de menor producción, pero de gran valor enológico en el Ribeiro. Se caracteriza por su buena acidez, que aporta estructura y profundidad a los vinos. Cuando se mezcla con Treixadura, la Caíño Blanco refuerza la frescura y el cuerpo del vino, al mismo tiempo que añade una nota salina que es muy apreciada en los vinos de esta región. Esta combinación favorece la longevidad, con un perfil más afilado y preciso.
Aunque menos conocida que otras variedades, la Torrontés aporta delicadeza y un carácter muy particular a los vinos del Ribeiro. Con sus sutiles notas de fruta de hueso y su acidez moderada, la Torrontés suaviza y redondea los ensamblajes, armonizando perfectamente con la Treixadura. Este equilibrio resulta en vinos que son a la vez complejos y fáciles de beber, con una suavidad que los hace accesibles y muy atractivos al paladar.
La Albariño, quizás la variedad gallega más reconocida internacionalmente, también tiene su lugar en el Ribeiro. Conocida por su acidez vibrante y sus intensos aromas frutales (como melocotón, manzana y cítricos), la Albariño aporta vivacidad y frescura a los vinos del Ribeiro. Cuando se mezcla con Treixadura, añade una capa de frescura y potencia aromática, creando vinos que son exuberantes y frescos, pero también bien estructurados y equilibrados.
Y así, la verdadera magia del Ribeiro radica en la capacidad de sus viticultores para combinar las variedades en ensamblajes que capturan la esencia de esta región gallega. La Treixadura actúa como la base sólida y elegante sobre la cual las otras variedades añaden sus matices únicos.
Estos ensamblajes no solo enriquecen el perfil sensorial de los vinos, sino que también reflejan la diversidad del terruño del Ribeiro, donde cada parcela, cada viñedo, aporta su singularidad al conjunto. Este enfoque, que valora tanto la individualidad como la armonía, permite que los vinos del Ribeiro expresen un equilibrio perfecto entre el entorno y una actividad que lleva realizándose desde hace siglos, lo que los convierte en un verdadero mosaico enológico.
Mientras que la Treixadura sigue siendo la variedad reina del Ribeiro, es la colaboración con otras variedades autóctonas lo que realmente da vida a los vinos de esta región. Cada una aporta algo único al ensamblaje, dando vinos que son complejos, equilibrados y profundamente representativos de aquel rincón gallego de excepcional belleza.
Así, el Ribeiro se presenta no solo como una tierra de tradición vinícola, sino también como un territorio dinámico donde la diversidad de uvas que se cultivan en los infinitos valles se convierte en una riqueza enológica incomparable, expresión pura de un paisaje conmovedor.

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